Una iglesia de Florida se prepara para conmemorar un acto de violencia perpetrado en nombre del islam, los atentados del 11 de septiembre de 2001, con un acto de estupidez cometido en nombre del cristianismo, la quema del Corán en público.
Esta amenaza de libricidio no sirve sino para demostrar la existencia de unos cuantos chiflados ávidos de atención en un país continental — el recurso natural que hace posible los informativos del cable. Pero la polémica de la mezquita de Manhattan ha dejado en evidencia el recelo conservador cristiano más generalizado hacia las mezquitas y los musulmanes. Las protestas contra la construcción de mezquitas en California, Tennessee y Wisconsin han incluido a menudo a los pastores cristianos. Bryan Fischer, del colectivo cristiano conservador American Family Association, escribía hace poco: «No deben extenderse licencias de construcción ni a una mezquita más en los Estados Unidos de América, y ya no hablemos de la aberración proyectada para la Zona Cero. Es por una razón muy simple: cada mezquita islámica se reserva al derrocamiento de la administración estadounidense».
Dentro de este debate la benevolencia anda escasa, pero la ironía abunda. La visión cristiana fundamentalista del islam guarda sorprendentes parecidos con la visión del fundamentalismo cristiano que tiene The New York Times — énfasis simplista en los peores elementos de una tradición religiosa compleja. Ambos generan una caricatura, y a continuación anuncian que la Constitución es objeto del ataque de un ejército de falacia lógica. Los debates acerca de la naturaleza y la implantación de la ley islámica dentro del islam, por ejemplo, son al menos igual de complejos que los debates acerca de la naturaleza de la justicia social entre los teólogos cristianos. Y la implantación política del islam difiere tan enormemente — de Arabia Saudí a Mali, pasando por Marruecos, Bosnia, Tanzania o Detroit — que desafía el resumen fácil.
Muchos fundamentalistas cristianos parecen haber olvidado las similitudes con su propio código legal y cultural. En importantes regiones de América — digamos San Francisco o Vermont — los cristianos conservadores son también considerados en ocasiones extranjeros desconfiados y rústicos. Sus opiniones acerca de los roles de los sexos, la homosexualidad o la moralidad pública se consideran un ataque a los valores constitucionales — como los fundamentalistas consideran la amenaza del islam. Ciertos críticos seculares del islam — Sam Harris o Christopher Hitchens vienen a la cabeza — defienden explícitamente que la verdadera amenaza a la libertad procede del moralismo opresor de la tradición Abrahamica entera, judía, cristiana y musulmana.
Los fundamentalistas cristianos que socavan la libertad religiosa para poner sus miras en los musulmanes están jugando al juego de la ruleta de la intolerancia. Esa Primera Enmienda puede ser útil algún día.
Pero el problema discurre más allá de la incapacidad para calcular el interés velado. Esta postura cristiana hacia el islam representa una distorsión del propio cristianismo.
Toda tradición religiosa tiene dos visiones enfrentadas. Primero, la religión puede ser fuente de identidad tribal. Fue la norma durante siglos de historia occidental. La Iglesia Católica luchó por el poder social entre otros intereses, siguiendo una agenda tribal a expensas de judíos y herejes dentro del territorio y los musulmanes en el extranjero. El objetivo era ver el pensamiento teológico cristiano públicamente reconocido y privilegiado. Ésta sigue siendo la tentación en Estados Unidos y el problema en gran parte del mundo, donde el atractivo de la tribu sigue siendo fuerte.
Pero el cristianismo, como fe Abrahamaica, impone otra visión — una afirmación del valor y la dignidad humanos que trasciende la tribu y la nación. El cristianismo ha dado cabida a esta creencia en etapas lentas, vacilantes y a menudo hipócritas — una historia que debería hacer a los cristianos tolerantes con el progreso lento, vacilante e hipócrita de las demás tradiciones. Las implicaciones de este cambio dentro del cristianismo, sin embargo, son profundas. A la luz de esta creencia, el objetivo de la influencia social para los cristianos no es privilegiar a su propia fe; es cumplir con una visión de derechos universales y dignidad impartida por su propio credo. No pretende impulsar su propia religión; pretende aplicar ese credo a la búsqueda del bien común. Esto es lo que convierte la religión en una fuerza social positiva — la determinación a la hora de defender la dignidad de todo el mundo.
La libertad de práctica y expresión religiosa es esencial para la dignidad humana — lo que convierte el bloqueo de la construcción de una mezquita por motivos religiosos en una violación de las creencias cristianas. Y las ordenanzas de La Meca o Riad no tienen nada que ver con este principio.
El tribalismo religioso — separar a los hijos de la luz de los hijos de la oscuridad — es un problema dentro de muchas tradiciones. Pero una reacción de esta índole salida de los cristianos conservadores lograría socavar sus intereses y convicciones al mismo tiempo.
Michael Gerson