Hubo un tiempo, no hace mucho, en el que los políticos podían hablar de ubres en público.
En 1992, el Senador Alan Simpson, Republicano de Wyoming, se quejaba en un discurso ante la Conferencia Nacional de Legislaturas Estatales de que la seguridad social, las pensiones de los veteranos y el resto de programas sociales convertían a América «en una especie de vaca lechera de 250 millones de ubres». Por lo que recuerdo, la observación no despertó polémica ni queja.
Simpson repitió el comentario hace dos semanas, actualizándolo sólo a efectos del censo. En un correo electrónico dirigido al director de un grupo activista de la seguridad social, decía que, en América, «¡Hemos llegado a un punto ya en el que es una especie de vaca lechera de 310 millones de ubres!» (http://bit.ly/9bCVcc) Esta vez, se produjo un escándalo de ubres.
El correo electrónico de Simpson suscitaba la exigencia de cinco congresistas Demócratas de que dimita como co-secretario de la comisión de reducción de deuda pública del Presidente Obama. Colectivos feministas y jubilados montaban la campaña «Despidamos a Alan Simpson», y Simpson se disculpaba. (http://bit.ly/asrHRi) No debería.
Simpson estaba parafraseando simplemente al columnista satírico H.L. Mencken, que en una ocasión dijo que Roosevelt consideraba a la administración pública como «una vaca lechera con 125 millones de ubres». Ubre es una variación de teta, que procede del vocablo inglés de principios del XII tete, del anglosajón titt, originario del vocablo alemán ‘zitze’ del siglo XI. Es vulgar cuando alude a la anatomía de una mujer, pero Simpson estaba hablando de vacas.
En un sentido más general, el escándalo no hace sino confirmar que el símil de Simpson era acertado. Si la Comisión cumple su labor encomendada, recomendará recortes en toda la administración -el Pentágono, los programas sociales, las pensiones, las pensiones de los veteranos-, así como subidas tributarias. Es la única forma de solucionar el caos de la deuda. Los grupos de interés a izquierda y derecha, verdaderos lactantes de la teta de la administración, no quieren que esto suceda -de manera que descarrilaron los esfuerzos en el Congreso por designar una comisión y ahora tratan de desacreditar la versión de Obama-.
La tentativa más reciente se producía la pasada semana, dirigida de nuevo contra el dolorosamente bruto Simpson, esta vez por poner en tela de juicio la ampliación de las pensiones por discapacidad de los veteranos, que cubren enfermedades no relacionadas necesariamente con los servicios prestados al país. «La ironía», decía a Associated Press, es que «los veteranos que salvaron a este país, en cierto sentido, no nos ayuden a salvar al país en medio de este caos fiscal».
De nuevo llovía el escándalo de los críticos (incluyendo, de forma reveladora, algunos de los que pusieron pegas a los comentarios de las «ubres»). El colectivo Veteranos de Conflictos en el Extranjero protestaba porque «creemos en la disciplina fiscal, pero los programas de ayuda a los veteranos son sagrados». (http://bit.ly/b6p8tH)
Simpson, veterano del ejército, vuelve a tener razón. Si los veteranos son sagrados, la seguridad social es sagrada, los impuestos bajos son sagrados y todo lo demás es sagrado, vamos a tener todo un rebaño de vacas sagradas y una economía como la de Grecia.
Vengo considerando desde hace mucho tiempo al campechano y picante Simpson, que cumplió 79 años el jueves y mide 2 metros, patrimonio nacional. En calidad de alguien famoso por provocar la ofensa mediante la composición puntual de las oraciones, creo que se merece algo de cancha cuando habla de «viejos voraces» – o cuando, al defender la limitación de las prestaciones de la seguridad social a aquellos que las necesitan, condena a los jubilados «que viven en comunidades ajardinadas y conducen sus Lexus hasta el Perkins para que les hagan descuento por jubilados afiliados al colectivo AARP». Debería serle reconocido el mérito de ser colorista, provocador y honesto en un terreno que desalienta el ser las tres cosas.
En el año 2006, escribí sobre Simpson (http://bit.ly/9ODExe) cuando volvió a Washington, nueve años después de su jubilación, para regañar a los Republicanos por tener «serrín en la cabeza» al negarse a trabajar con los Demócratas. «En política», decía, no hay respuestas correctas, sólo un flujo constante de compromisos entre colectivos, que produce una serie ambigua, cambiante y turbia de decisiones administrativas en las que los apetitos y las ambiciones compiten abiertamente con el conocimiento y la inteligencia».
Simpson es precisamente el hombre idóneo para estar en la Comisión de deuda: un negociador. Su propuesta para la seguridad social no es en
absoluto la más radical. ¿Quién preferirían los de izquierdas que estuviera representando a los Republicanos en la Comisión de deuda? ¿Al candidato de Alaska al Senado, Joe Miller, que dice que «tenemos queabandonar paulatinamente el funcionamiento de la seguridad social»? (http://bit.ly/dkt6Zb) ¿Al candidato de Kentucky al Senado Rand Paul, que llama a la seguridad social «estafa piramidal» de la que la gente debería «bajarse»? (http://bit.ly/dsbxto) ¿Al candidato de Colorado al Senado Ken Buck, que llama a la seguridad social «política horrible y nefasta»? (http://bit.ly/bHso4v) ¿O a la candidata de Nevada Sharron Angle, que quiere «abandonar gradualmente la seguridad social y Medicare en favor de algo privatizado»? (http://bit.ly/czTgfY).
Comparados con esas historias de terror, los discursos bovinos de Simpson son para todos los públicos. Lo que ha cambiado desde que soltara esa frase de Mencken hace 18 años no es él, sino nosotros. Dejemos de buscar motivos para ofendernos y empecemos a escuchar lo que está diciendo el caballero.
Dana Milbank