Independientemente de lo que suceda el próximo 3 de octubre cuando se abran las urnas en el PSM y se dirima quién será el candidato socialista a la Comunidad de Madrid, Trinidad Jiménez o Tomás Gómez, los analistas prestan menor atención al objetivo último de estas primarias que no es otro que elegir entre el mejor de los aspirantes, aquel que pueda oponerse con mayores garantías a la actual presidenta, Esperanza Aguirre.
Las encuestas no ofrecen ninguna duda: Trinidad Jiménez podría obtener hasta cuatro puntos más, aunque la candidata del PP conservaría la mayoría absoluta. Al circunscribirse el ámbito de la votación al Partido Socialista madrileño, y por razones cuya lógica no es posible atravesar, el vencedor puede ser el idóneo para los militantes pero no así para el universo de votantes que tendrá que optar el 22 de mayo entre PP o PSOE, principalmente.
Las primarias, además, han venido a destapar la olla en ebullición que desde tiempo inmemorial es el PSM (antes FSM). Ya durante la II República, con Largo Caballero al frente, Azaña escribe en sus memorias que «la Agrupación Socialista de Madrid es una jaula de grillos». Y, a lo que parece, no ha dejado de serlo, por lo que cualquier resultado es posible, según el censo se decante por la obediencia a su secretario general, Gómez, o por seguir las directrices de Zapatero, Jiménez. En el primero de los casos, diga lo que diga el presidente del Gobierno, su crédito y su prestigio quedarán bajo mínimos. No otra lectura cabría después de haberse implicado con tanto ardor como inconsciencia.
Pero el efecto más pernicioso de las elecciones primarias, en un país que no es Estados Unidos, es precisamente el de dar rienda suelta a las naturales diferencia en el seno de cualquier partido y celebrar un debate a gorrazos a medio año de los comicios. La impecable teoría democrática de las primarias se resuelve en la práctica en un campo de batalla en el que cada una de las facciones en litigio exhibe sus peores argumentos para desgastar al contrario. Esto sucede aquí y el Sebastopol, porque va con la condición humana.
El efecto contagio de las primarias está haciendo estragos en otras regiones y provincias en las que miembros del Partido Socialista aspiran a medirse con el candidato oficial, designado a dedo por la jerarquía como lo fue en el PP Rajoy por Aznar, hecho éste que mereció las diatribas de los mismos socialistas que ahora toman su ejemplo. Y tanto es así que, manu militari, en Andalucía se han prohibido las primarias en todos aquellos municipios (29 en total) de más de 50.000 habitantes, sencillamente porque Griñán no quiere se le alborote más el gallinero. En algunas de estas ciudades, especialmente en Málaga y Almería, había otros candidatos con aspiraciones que ahora, y merced al decreto de la Comisión Federal de Listas de la calle Ferraz, han sido laminados, imponiéndose el criterio que Chumy Chúmez inmortalizó en boca de su caricatura de Franco: «No preguntes que es peor».
En las etapas terminales de todo gobierno y de cualquier ciclo político se dan circunstancias propias del esperpento valleinclanesco. Creo que estamos ante uno de esos momentos culminantes cuando los palos de ciego reemplazan a la buena gestión de los partidos, y su simultáneo reflejo en la cosa pública es el desgobierno. Porque, en el fondo, lo que se trata de evitar en el PSOE es el debate sobre la propia figura del secretario general y jefe del Ejecutivo que ha conducido a este país a la peor situación desde que España disfruta de la democracia. El efecto contagio de las primarias podría haber desembocado en una profunda división de los socialistas, muchos de los cuales estarían impugnando al mismísimo José Luis Rodríguez Zapatero.
Francisco Giménez-Alemán