Consumado. Todos los grandes grupos de información son multimedia. Con el despliegue de frecuencias de la TDT terminado, todos son propietarios de canales de televisión, además de sus webs y de la presencia en cadenas de radio de algunos. Resultado: confusión de intereses económicos con la información y encierro de una parte del público en cápsulas cacofónicas donde se repiten los mismos argumentos, las mismas voces, los mismos mensajes.
¿Pluralismo o más concentración? Hay más donde elegir. Sin duda. Las licencias de TDT nacionales, autonómicas y locales han aumentado el uso de los números del mando a distancia sin que los descodificadores bobos comprados por casi todo el mundo ayuden. Tras el fiasco de la interactividad en la TDT por escasa penetración de equipos adecuados, los supertelevidentes esperan las promesas de la televisión inteligente, conectada a internet, en marcha por el empuje de buscadores como Google, televisores como Samsung o descodificadores interactivos como InOut. Las cadenas, esperan.
A muchos no le hace falta un buscador para elegir canal. La línea editorial de cada diario, de El País a El Mundo, de La Vanguardia a La Voz de Galicia, o de La Gaceta a ABC, impregna sus canales de televisión, donde sus periodistas y columnistas son sus tertulianos estrella. A menudo se invita a alguien de diferente adscripción ideológica como sparring y para sostener la falacia de un debate ya ganado. En las televisiones públicas el pluralismo que las leyes imponen vaga escorado en función de la profesionalidad e independencia de las servidumbres políticas.
Esta temporada es la primera de la convergencia digital plena entre diarios y televisiones. Prisa con Cuatro y CNN+, El Mundo con Veo TV y Marca TV, Vocento con La 10, Intereconomía con La Gaceta y los grandes diarios locales con sus televisiones autonómicas están cada vez más en las pantallas convergentes (televisión y web) mientras sufren la caída de su difusión en papel. En todos los soportes la opinión, libre y barata, gana espacio a la información, cara y exigente.
A diferencia de países como Gran Bretaña o Estados Unidos, la ley no fija límites para la concentración entre diferentes medios. En todo el mundo se va imponiendo una legislación antimonopolio cada vez más laxa para ayudar a los grupos de comunicación a capear la revolución digital, pero también menos efectiva cuando el sistema de licencias es cada vez menos importante en la era de la abundancia digital.
La audiencia manda. En su poder está la posibilidad de contrastar más opiniones o la decisión de seguir una estricta dieta de información y opinión, adscritos a una cabecera allá donde su pensamiento se traslade. Hasta que la mala leche o el aburrimiento hunda el share.
Entretanto, democracia catódica de pensamiento estrecho. Políticos y medios, contentos. Y el que quiera algo más que tertulias y telerrealidad, condenado a la televisión de pago.
Juan Varela