lunes, noviembre 25, 2024
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Aguas revueltas

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Hay quien defiende una suerte de equidistancia, un punto intermedio, entre quienes no ven nada nuevo en los comunicados de ETA mientras no anuncie su renuncia a las armas (los principales partidos y líderes políticos) y los que exploran cada gesto que llega de ese mundo vaticinando –de nuevo- el final del terrorismo. Defienden que en este asunto no sólo compete a los terroristas mover pieza, o sea, renunciar a obtener ventajas políticas con el terrorismo, sino que corresponde también a los demás tender puentes para que llegue finalmente la paz.

Los más entusiastas por el nuevo “proceso”- como gusta en llamarse cada nueva iniciativa de la banda- se muestran los portavoces de la formación ilegalizada, en previsión de que puedan recuperar su posición en las instituciones con la mera formulación de los principios Mitchell, que hacen referencia a la apuesta “por las vías inequívocamente democráticas”, sin que ello sea incompatible con la pervivencia de ETA, en tregua o no. No sólo ellos parecen esperanzados. El apoyo de cuatro premios nobel de la Paz en la Declaración de Bruselas (26 de marzo de 2010) a un nuevo “proceso” y el denodado esfuerzo de informadores que exploran el cuestionamiento interno del terrorismo abundan en la idea de un nuevo tiempo.

Es por eso que la autodenominada izquierda abertzale saluda el nuevo comunicado de la banda porque (sic) “nos confirma en que por parte de los actores vascos nos encontramos inmersos en un proceso de paz y democrático de carácter irreversible” que “deberá conducir a un escenario democrático donde los vascos decidan su futuro”. Listos los actores vascos, sólo quedaría que los otros –españoles- apostaran por la paz.

No están solos. La declaración de ETA sucede al viaje de los dirigentes del Sinn Fein a Bilbao Bairbre de Brun y Alex Maskey quienes pedían horas antes del último comunicado de la banda “un diálogo inclusivo” donde “todas las partes puedan participar (…) para aprovechar la oportunidad”. De nuevo, quienes se vieron inmersos en un pasado sangriento se presentan como portadores de la paz. Por su parte, ETA apela a los firmantes de la Declaración de Bruselas a que impulsen una “solución permanente, justa y democrática” que contiene, hay que recordarlo, contrapartidas políticas. “Frente a la cerrazón de España y Francia”, señalan, “ETA ha hecho zarpar de nuevo el barco de la oportunidad (…) y ha tomado la primera decisión sin echar el ancla, con disposición de navegar en aguas más profundas”.

Pero el desgaste de su credibilidad ante repetidas iniciativas que siempre rompieron va más rápido que las esperanzas que algunos intentan reverdecer. Solazadas en el efecto noticia, las nuevas buenas impelen a los interlocutores a mover pieza, como si la responsabilidad ante eventuales muertes futuras dependiera de su comportamiento. Cuentan, para este desistimiento, los asesinatos acumulados tras cada tregua sucesiva.

Ilusos y bien pensantes, situados en el epicentro del dilema, no pueden reclamar una nueva dosis de atención a quienes antaño observaron en vilo otras iniciativas que fracasaron. Uno de los supervivientes de la tregua de Lizarra, tiroteado en su coche cuando regresaba a su casa, el jurista José Ramón Recalde, recordaba en días recientes que “ETA siempre dice que está con la mano tendida, pero con una pistola por delante”. Una pistola como la que exhibe un terrorista en un vídeo grabado en Francia a finales del pasado año, para enseñar a sus comandos, en idéntica secuencia a la que protagonizaron en aquella tarde de setiembre de 2000, cuando le dispararon varios tiros al profesor al llegar a su casa en su vehículo. Aquello pasó después del “alto el fuego indefinido” de 1998, que se presentó como el final del terrorismo.

Chelo Aparicio

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