El desinterés ciudadano hacia los nuevos mensajes del entramado abertzale afín a ETA resulta directamente proporcional al carrusel de declaraciones políticas y periodísticas, que proporcionan la plataforma para las nuevas escenificaciones de negociación. Gernika 2010, con la exhibición del polo soberanista pidiendo a ETA que abandone las armas –saludada como la primera vez que Batasuna lo expone en público- es hoy la repetición de Estella 1998, cuando todos los agentes políticos nacionalistas dieron la cobertura a la banda terrorista para una negociación política. La diferencia es que, doce años después, el PNV no asistió a Gernika, cuyo líder resistió la tentación de ensalzar la vieja máxima de que “algo se mueve” en el mundo de ETA/Batasuna.
Y es que sólo con la promesa de una paz que remite a dos partes enfrentadas se levanta el escenario, y la ceremonia redunda. Nuevas fotografías con viejas y nuevas caras, otras denominaciones de la unión nacionalista (“el polo soberanista”) y algunas dosis de “progresismo”, como las de reclamar el protagonismo de la mujer en la gestión del “conflicto”. Dicen los firmantes del documento de Gernika (Batasuna, EA, Aralar y ‘Alternatiba’) que la participación de éstas en el ‘conflicto’ ” hoy por hoy, no es igual”, lo que, al parecer, emerge como una cuestión relevante para alcanzar esa paz.
La envolvente soberanista incluye también los sobreentendidos que se deslizan en las interpretaciones. Mientras Rubalcaba niega la negociación, a Patxi Zabaleta (Aralar) no le extraña la negativa: “está en el guión”; tampoco a Arzalluz, quien se muestra convencido de las conversaciones de la banda con el Gobierno y de la legitimación de los ‘mediadores’. En esto coinciden ambos con la predicción de Jaime Mayor. Zapatero calla, después de derrochar palabras en 2006, con la esperanza de presentarse en 2012 como el presidente de la paz.
Vuelven las sintaxis confusas, la verborrea impregna la enésima propuesta de negociación política. La paz suscita engoladas declaraciones y sesudos análisis ante las mismas pretensiones. Es una gran noticia –se anuncia- que el brazo político de ETA formule en público, por primera vez, una petición a la banda de un “alto el fuego” que “sea expresión de su voluntad para un abandono definitivo de las armas”. Demasiadas palabras para una sola idea. También en Lizarra (escenario previo a la tregua del 98) los agentes políticos desechaban las “condiciones previas infranqueables” y aseguraban que “el compromiso (…) se realizaría en condiciones de ausencia permanente de todas las expresiones de violencia del conflicto”.
Hoy advierte la banda terrorista de que “hará un cálculo equivocado (…) quien reduzca el proceso a una mera desactivación de la lucha armada”. Y expone su precio.
En este escenario resuena la voz de Ana Iríbar ante la Comisión de Interior del Congreso, el pasado miércoles, acerca de la elaboración de la nueva ley de Víctimas del Terrorismo. La viuda de Ordóñez ofrecía hasta el último céntimo de las indemnizaciones recibidas a cambio de que gobiernos y partidos renunciaran expresamente a la negociación. En eso se basa, dijo, la dignidad de las víctimas. Pero el espectáculo para obtener un beneficio por el final del terrorismo volvía a agitarse. El tiempo post-ETA se vislumbra con un botín.
Chelo Aparicio