sábado, noviembre 23, 2024
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Un siglo de Florencio Sánchez

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A un siglo de su muerte (en Milán) el mayor dramaturgo uruguayo, Florencio Sánchez, se mantiene joven. Su vigencia artística es homenajeada en nuestro país, con representaciones y ediciones de su vasto quehacer en apenas 35 años de edad. Pero creer que su duración nutricia se debe a que fuera un espejo de su tiempo, es un juicio epidérmico. No sólo porque no es habitual que alguien se proponga duplicar las cosas, sino, esencialmente, porque supone ignorar las extrañas fuerzas que entran en combustión en la vida de un creador. Es pensar que una obra puede ser premeditada desde el principio al final, incluyendo crepúsculos y amaneceres. No ocurre de esa forma en la creación, sino de una manera un tanto vaga y misteriosa, que se parece a los sueños, y tan real como ellos.

      Las grandes obras han superado siempre a sus creadores. Baste citar dos ejemplos famosamente repetidos: “El Quijote” y “Martín Fierro”. En el primer caso, puede conjeturarse que Cervantes procuraba reírse de las novelas de caballería (recordar el delicioso “El Quijote como juego” de Torrente Ballester”) y, en el segundo, la intención de Hernández de fustigar unos artículos del entonces Ministerio de la Guerra de Argentina que recogía vagabundos y los enviaba a la frontera a pelear contra los indios. Sin duda, estas obras perduran más allá de estas dos modestas ambiciones de sus creadores, porque hay en ellos elementos eternos de la condición humana: la esperanza, la soledad, el amor, el deseo de absoluto, el desconcierto ante la muerte, los sueños. Al parecer, es verdadera la frase de Borges que postula que la primera condición de un escritor para ejecutar una obra maestra es no proponérselo. Quien da, en el arte, peso a la realidad, color, sabor y sentido, es el hombre, por ello, Ernesto Sábato ha denominado como “realistas ingenuos” a quienes creen que “fuera del hombre hay un mundo que puede ser conocido o descrito o pintado independientemente de nuestras características sensoriales o espirituales”.

      Florencio Sánchez es más que un mero “espejo de la realidad”. Recreó su tiempo, su época, apelando a perspectivas estilísticas que le ayudaran a crear la ilusión de verdad. Ya lo decía Borges: “siempre tiene que haber algo más que se sume a la intención del autor. Si no existe ese algo más, si se cumple simplemente con lo establecido, el plan que se trazó el autor tiene escaso valor”.

      El autor de “M’hijo el dotor” y de “Barranca abajo” legó, de esa manera, un agudo testimonio de su tiempo: la poesía del hombre en la alborada rioplatense. Más que una crónica de la época, desnudó el alma de la gente de su tiempo. Y en lugar de la superficie de aquellos días, su teatro desnuda el corazón de aquellos hombres y mujeres, ofreciendo así la más compleja descripción de la sociedad que habitaron. Por eso vive. Persiste la poesía de un tiempo que ya no es.

Rubén Loza Aguerrebere

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