sábado, noviembre 23, 2024
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Comprometidos con la petulancia

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Tres minutos es lo que tardaron los Republicanos en vulnerar el Compromiso con América.

En unos almacenes en las inmediaciones del aeropuerto Dulles la mañana del jueves, los Republicanos de la Cámara repartían ejemplares de su promesa, que, entre otras cosas, promete poner orden en «una administración arrogante y distante de élites autoproclamadas».

Pero momentos después de ocupar el estrado para responder a las cámaras, los líderes Republicanos se erigían en élite arrogante. Se comparaban con los Padres de la Nación y equiparaban sus acciones en los almacenes Tart Lumber Company con la firma de la Declaración de Independencia en Filadelfia.

El Representante Kevin McCarthy -republicano de California-, decía a la prensa que iba a hablar lentamente y con claridad, «como John Hancock estampó su firma en la Declaración de la Independencia para que hasta el Rey Jorge de Inglaterra pudiera leerla».

La Representante Marsha Blackburn -republicano de Tennessee-, leyó después pasajes de la promesa Republicana que parafrasean la Declaración de la Independencia: «Todo ciudadano estadounidense está dotado de ciertos derechos por su creador. Cuando nuestra administración traza un rumbo que pone en peligro esos derechos, el pueblo -¡el pueblo, el de verdad!-, tiene derecho a exigir a su administración un nuevo programa».

El libreto de 45 páginas que explica la promesa utiliza algunas fuentes arcaicas que recuerdan a los textos fundacionales, y se completaba con fragmentos aleatorios de fórmulas históricas como «consentimiento de los gobernados» o «verdadera lealtad».

Los legisladores sobre el estrado iban sumando capas de sentimentalismo. «Prometemos defender el modelo de nuestro país que concibieron nuestros Padres Fundadores, una América destacada, la excepción entre las naciones de la Tierra, donde la promesa de libertad refresca las esperanzas de la humanidad», sonaba exultante McCarthy, diseñador de la promesa.

Pero a pesar de toda la grandiosidad, el documento que difundieron se queda corto en sus ambiciones. Los objetivos políticos que citan son banales (¡Apoyo a las tropas! ¡Combatir a los terroristas!), y sus recetas son a menudo protocolarias y de vía estrecha (votaciones semanales de las regulaciones propuestas).

Los defectos quedaban en evidencia cuando los legisladores cometieron el error de responder preguntas. «No hay muchos detalles aquí de cómo se equilibra el presupuesto si se tiene intención de prolongar todos los recortes fiscales y ampliar el gasto en defensa», señalaba Julie Hirschfeld Davis, de AP. «¿Podría dar algunos detalles?»

John Boehner, el caballero que será presidente de la Cámara si los Republicanos ganan en noviembre, respondía que «al colocar el límite de gasto a los niveles de 2008, podemos ahorrar 100.000 millones de dólares al año».

«¿Qué porcentaje del problema en términos de nuestro déficit es acometido por este plan?» preguntaba John Dickerson, de la revista Slate.

Boehner sólo repetía que los Republicanos van a «ahorrar 100.000 millones de dólares al año» volviendo a los niveles de 2008.

Para que conste, con un déficit presupuestario de 1,3 billones de dólares en el presente ejercicio, la promesa Republicana de recortar 100.000 millones no llega a ocuparse del 8% del problema.

¿Deshacerse de las partidas presupuestarias extraordinarias? No aparece. ¿Ocuparse de los millones de inmigrantes en situación irregular? No aparece. ¿Reformar la seguridad social y Medicare? No aparece. Y en lo que respecta a las cuestiones sociales como el matrimonio y el aborto, «no vamos a ser diferentes de lo que venimos siendo», afirmaba Boehner.

En lo que respecta a los problemas verdaderamente duros, todo lo que Boehner llegó a decir es que «es hora de que tengamos un debate entre nosotros como estadounidenses». Pero una conversación entre adultos no iba a tener lugar en los almacenes Tart Lumber. En lugar de eso apareció una colección de lemas de campaña con las miras puestas en el Presidente Obama: «tiranía… el futuro pendiente de un hilo… camino de la insolvencia… políticas desastrosas de la presente administración».

Los legisladores perdieron altura con su retrógrada rutina corriente. Prescindieron de las corbatas, y la mayoría se subió las mangas de la camisa. El presidente de la Conferencia Republicana Mike Pence llegó vistiendo pantalones de traje pero antes de comparecer ante las cámaras se puso pana. El Representante Jason Chaffetz llevaba vaqueros azules. Boehner, fumador empedernido, parecía estar masticando chicle, y a continuación se escabulló para echar un cigarro.

Era un acto oficial, pagado por el contribuyente, y Boehner llamó al texto «programa de gobierno». Pero las pretensiones se vinieron abajo cuando Boehner, tras el revolcón, cruzaba la calle para unirse a un grupo de manifestantes fiscales que le ofrecía una tetera de acero inoxidable.

«¿Puedo quedármela de recuerdo?» preguntaba el secretario de la oposición.

Se llevó el cacharro de cocina de vuelta a su utilitario, pero antes de que su escolta pudiera quitárselo de encima, Boehner era interceptado por un bloguero de izquierdas que trataba de implicarle en un escándalo sexual.

No es forma de tratar a uno de los Padres de la Nación.

Dana Milbank

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