¿Es Pakistán aliado de América en la batalla contra grupos terroristas o es un rival potencial? Ese delicado interrogante flotaba en el aire el jueves durante una reunión mantenida con un alto funcionario del preocupado servicio de espionaje del país, la Dirección Inter-Servicios de Inteligencia.
Ésta ha sido una semana en la que rebosó frustración por ambas partes. Un nuevo libro de Bob Woodward cita al Presidente Obama advirtiendo de «un cáncer» de terrorismo en Pakistán. Los ataques con vehículos estadounidenses no tripulados en las zonas tribales se encuentran al parecer a niveles récord. Y los helicópteros estadounidenses, que vienen protagonizando hostilidades a los dos lados de la frontera en «operaciones de captura» de insurgentes, alcanzaron por error a primera hora del jueves a tres soldados paquistaníes. Los paquistaníes respondieron deteniendo en seco los camiones de abastecimiento de la OTAN en el Paso de Jyber.
«Pakistán no es un país de victorias fáciles», advertía el alto funcionario de los servicios de Inteligencia. Si Estados Unidos continúa con sus ataques al otro lado de la frontera, decía, «Detendré el paso de las caravanas en persona».
Al pensar en Pakistán, normalmente es aconsejable ir más allá de los pronunciamientos en público. La amistad está siempre más protegida de lo que parecería en los buenos tiempos, y pocas veces tan crispada como las estocadas retóricas sugerirían. Es un cúmulo de intereses mutuos lo que normalmente guía la relación.
Pero dicho eso, ahora mismo la alianza se encuentra tensada al máximo. La tensión se produce en un momento en que la administración paquistaní se enfrenta a una andanada de problemas internos — unas inundaciones devastadoras, una economía que se derrumba, una insurgencia terrorista y una dirección política inmersa en las refriegas internas y preocupada por ganar puntos.
Es un momento, en resumen, en que la cabeza fría sería útil en Washington y en Islamabad. Muchos tirones más del tejido paquistaní y se va a deshacer — con consecuencias que son difíciles de predecir.
El alto funcionario de Inteligencia se reunía conmigo en la sede de la agencia, en una sala de conferencias al otro extremo de un pasillo de pilares de mármol negro y fuentes decorativas — un escenario extrañamente elegante para una agencia cuya misma mención pone nerviosos a la mayoría de los paquistaníes. El funcionario empezaba destacando un indicio de continuidad de la amistad norteamericano-paquistaní, las reuniones mantenidas esta semana entre el director de la agencia, el Teniente General Ahmed Shuja Pasha, y el director de la CIA León Panetta.
El funcionario decía que los dos jefes del espionaje habían «debatido todo lo posible» y que la dirección del Servicio había «tranquilizado» a Panetta con «el apoyo incondicional de Pakistán a los esfuerzos estadounidenses en Afganistán» y con los esfuerzos de reconciliación del Presidente afgano Hamid Karzai.
El Servicio da cuenta de la creciente frustración de América con el uso por parte de los talibanes de refugios en Pakistán y la amenaza estadounidense velada: O se encarga de los refugios, o nos encargaremos nosotros. «Entendemos que hay que arreglar esto», decía el funcionario de Inteligencia. Pero advertía de que dado que las fuerzas paquistaníes están sometidas a tanta tensión, una nueva ofensiva en Waziristán Norte no se contempla a corto plazo — lo que significa en la práctica que los refugios van a seguir funcionando.
La agencia había respaldado a puerta cerrada los ataques con vehículos no tripulados, incluso si públicamente la administración paquistaní protesta. Pero el funcionario advertía de que la reciente oleada puede ser la aniquilación. Decía que según el recuento de Pakistán, de los 181 ataques con vehículos no tripulados llevados a cabo desde 2004, 75 se han producido en los últimos nueve meses. «La importancia de los objetivos no es tan elevada», decía. «La percepción es que se aprieta el gatillo con demasiada facilidad».
Preguntado por las tentativas estadounidenses de desarticular la red Haqqani, una facción talibán implacable que en el pasado ha mantenido vínculos con los servicios paquistaníes de Inteligencia, el funcionario parece dar luz verde: «Me encantaría que desaparecieran hoy. Sería el final de muchos problemas de Pakistán». Pero decía que Pakistán se opondrá a cualquier tentativa de ampliar la denominada «ventanilla» dentro de la cual los vehículos Predator tienen permiso para castigar objetivos.
El funcionario de Inteligencia se mostraba escéptico con que Estados Unidos esté haciendo grandes progresos en Afganistán. («¿Hay alguna estrategia estadounidense?» preguntaba). Y cuestionaba la premisa estadounidense de que matando a los suficientes insurgentes, se pueda «negociar desde la posición de fuerza» y obligar a los talibanes al acuerdo. Se quejaba de que Estados Unidos no está compartiendo sus ideas de reconciliación con los talibanes, incluso si Pakistán será crucial a la hora de facilitar cualquier acuerdo. En privado, el servicio ha defendido que si América habla en serio de reconciliación, debe empezar por la Haqqani, el desafío más difícil.
Esta semana una pesadilla parecía hacerse realidad, al matar a soldados paquistaníes un helicóptero estadounidense. «Ningún gobierno ni cúpula militar paquistaní puede sobrevivir» si es considerada una fachada de América, advertía el funcionario. La indignación por ambas partes es real. Y aun así los contactos al más alto nivel continuaban, incluso al tiempo que Pakistán cerraba su frontera al paso estadounidense.
Esa es la paradoja americano-paquistaní: al margen de lo que se indignen, los dos países se necesitan mutuamente, y ahora más que nunca.
David Ignatius