Como candidato, fue muestra de la innovación y la ambición política de Barack Obama que saliera a hacer campaña entre los votantes religiosos, incluyendo a los cristianos evangélicos. Como presidente, su fracaso en esta iniciativa es igualmente revelador.
Durante la campaña, el ramo de progresismo de Obama estuvo refrescantemente libre de secularismo. Combinó un mensaje conciliador — que los fieles no necesitan «dejar su religión en la puerta antes de entrar al espacio público» — con peticiones persistentes a los líderes religiosos. Anunció la importancia de las organizaciones de tintes religiosos en la prestación de los servicios sociales, prometiendo que serían «centrales para nuestra misión en la Casa Blanca». Y dejó claras sus convicciones personales: «Soy cristiano, y soy cristiano devoto», dijo al Christianity Today en 2008. «Creo en la muerte redentora y la resurrección de Jesucristo».
El terreno era receptivo a la siembra política. Muchos evangélicos fueron reacios a asociarse con el duro tono de la derecha religiosa; estaban cada vez más inquietos con cuestiones ideológicamente impredecibles como la campaña global del sida; y sus vínculos con el Partido Republicano se vieron en cierto sentido comprometidos.
El día de las elecciones, los avances de Obama entre los votantes religiosos fueron modestos pero significativos. Mejoró los resultados de John Kerry en 2004 entre los votantes Protestantes, los católicos y los judíos. El apoyo a John McCain entre los evangélicos blancos siguió elevado — el 73% — pero aun así seis puntos por debajo de las cifras de George W. Bush en las elecciones previas.
Fue un principio — que terminó en seguida. Porcentajes crecientes de estadounidenses han descrito al Partido Demócrata como «antipático» con la religión. Obama ha perdido terreno entre los estadounidenses religiosos de todo el espectro, siendo los más desencantados mormones y Protestantes. Un reciente sondeo Pew Research concluye que el 42% de los evangélicos blancos dice desconocer la religión que practica Obama. Los evangélicos tuvieron una presencia importante en la concentración de Glenn Beck en el National Mall, y un nuevo estudio del Public Religion Research Institute ha descubierto una gran presencia cristiana conservadora entre las filas del movimiento de protesta fiscal.
Hay un buen número de motivos para la decepción de los fieles. Las cuestiones sociales indistinguibles durante una campaña se vuelven naturalmente más vivas y divisorias en el ejercicio de la administración pública. El llamamiento de Obama a la reconciliación en campaña — que impresionó a muchos votantes religiosos — se ha disuelto en el partidismo espinoso.
Pero el fracaso del atractivo religioso de Obama también es ideológico. Es cierto que los evangélicos en general no son libertarios. Admiten un lugar para el gobierno a la hora de fomentar valores y cuidar de los necesitados. Pero no creen que la élite gubernamental comparta sus valores ni que albergue sus mejores intenciones. Entre los cristianos conservadores, el gobierno se considera a menudo como una fuerza de secularización — una fuente de regulación burocrática y liberalización moral en la misma medida. Al identificarse con la administración intervencionista, Obama alimentó temores evangélicos arraigados al estado secular y agresivo.
Es aquí donde un gesto de apoyo al programa de las organizaciones religiosas podría haber ayudado a Obama. La promoción de la justicia social a través de la financiación de organizaciones de caridad y colectivos comunitarios de tintes religiosos resulta menos amenazadora para los conservadores religiosos que la construcción de nuevas burocracias. Pero Obama ha dedicado principalmente su instancia religiosa a defender iniciativas federales, la reforma sanitaria en particular. «Id y predicad la palabra», decía hace poco a líderes religiosos. «Creo que todos vosotros podéis ser valedores verdaderamente importantes y recursos de confianza para amigos y vecinos, a la hora de ayudar a explicar lo que ahora se les facilita». Manipulaciones políticas tan evidentes sólo alimentan el escepticismo.
En lugar de dialogar creativamente con los conservadores religiosos, Obama les ha empujado a tomar una decisión ideológica. América está acostumbrada a los argumentos de los enfrentamientos ideológicos en torno al aborto y la familia. El presidente ha provocado un conflicto ideológico en torno al tamaño y el papel de la administración. Si las opciones son una centralización burocrática o una revuelta fiscal, la mayoría de los evangélicos van a elegir lo segundo.
Esa elección es falsa y desafortunada. Existe un amplio abanico de opciones entre que el gobierno sea el principal recurso y que el gobierno sea el enemigo — opciones que pocos en nuestro debate político parecen dispuestos a ofrecer. Los conservadores religiosos no son aliados naturales de los libertarios mayoritariamente seculares de Dick Armey y se les podría explotar con facilidad dentro de este vínculo. Como argumento junto a mi co-autor Pete Wehner en un nuevo libro, «City of Man: Religion and Politics in a New Era», los cristianos se han mostrado transigentes con frecuencia identificándose demasiado estrechamente con programas ideológicos estrechos.
Pero muchos libertarios y conservadores religiosos están ahora unidos en su resistencia al diálogo ideológico de Obama. En lugar de escindir una parte del voto religioso para su partido, Obama ha enviado una porción importante a los brazos del movimiento fiscal.
Michael Gerson