miércoles, noviembre 27, 2024
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El desfile y la vergüenza

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Durante mi juventud la patria o los desfiles no figuraban en la cultura que aprendí. Me gustaba más el desorden y el libre albedrío, el mundo sin fronteras y la hermandad universal antes que los himnos y el espectáculo de los ejércitos marcando el paso.

De aquella visión idealista del mundo conservo el rechazo por el nacionalismo exacerbado, la uniformidad intelectual y los valores abstractos que se superponen a las personas, los pueblos y las culturas diversas, a la solidaridad, la paz y la libertad. Me gustan más la fraternidad y la dignidad humana que el discurso patriótico que exhiben, por ejemplo, los batasunos cuando claman el derecho histórico, la tradición o la bandera para justificar el tiro en la nuca. Se confunden en mi imaginario con el militarismo germánico de entreguerras, la antesala del nazismo y del fascismo.

Por eso, detrás de la llamada kale borroka veo centuriones y no ciudadanos, veo fanáticos y no libertadores, veo la misma sangrienta liturgia de los cristales rotos o los cuchillos largos, baños de sangre que empiezan por los contrarios y terminan entre ellos mismos.

Este martes, hablando con Javier Rojo tras la celebración de la fiesta nacional me ha contado que su hija ha apagado el televisor porque mientras el acto oficial rendía tributo a los caídos y sus familias mostraban su terrible dolor, el acto oficioso anual de pitidos y abucheos convertía la solemnidad del recuerdo en un festín de insolencia y despropósito. Y que ella, para evitar explicaciones incomprensibles a sus hijos, había optado por apagarlo.

Así de lamentable es la jauría humana cuando coloca por encima de cualquier respeto su pasión por el odio y la ira. Me ha parecido que Javier Rojo, Presidente del Senado de España y veterano militante socialista de Euskadi, sabe bien lo que lamenta. Presumo que reconoce en esa indigencia moral del insulto y de la infamia, los indicios del fascismo habitual de los batasunos.

Ha costado mucho que la España de las dos Españas se haya entregado a la convivencia y a la superación del fratricidio en un proyecto común. Ha costado mucho la convivencia y la tolerancia que nos profesamos en torno a la Constitución y en el respeto a las Instituciones que hemos creado para unirnos y no para amedrentarnos unos a otros.

Es ésta una fiesta para todos, la fiesta de los españoles, de sus autonomías y, sobre todas las cosas, de los ciudadanos y ciudadanas. Una fiesta del reencuentro democrático con las culturas allende el Atlántico.

Cuando miro a las Fuerzas Armadas veo a los hombres y mujeres que desempeñan misiones de paz, que luchan en condiciones de guerra o de desastre por proteger vidas humanas y que cumplen, además, con la obligación constitucional de servir a los españoles y no de vigilarlos, como ocurría antes.

Hoy, los cachorros del fascismo y los agitadores del rencor han perdido una oportunidad para conservar un mínimo de decencia y han mostrado ante los ojos de todos los españoles, el abismo que se encuentra a sólo un paso del radicalismo inconsciente. Se ha hecho batasuna y callejera la derecha radical. Patético.

Me dan igual las explicaciones de deseencuentro con el Presidente del Gobierno, que lo es, guste o no, democráticamente elegido por la mayoría electoral y ciudadana. Exigir su dimisión mientras desfila el Ejército muestra el desdén por la democracia y asocia ideas e imágenes en un terrible abrazo de lo que seguramente aplaudirían: un  innoble acto militar contra el que las Fuerzas Armadas están vacunadas desde hace décadas. Una ensoñación atávica, ridícula: no conocen el valor y la integridad de nuestro Ejército. Viven los agitadores en el sueño de los gorilas. Los gorilas en el sentido literal del término y en el metafórico que empleaban los demócratas de América en los años oscuros.

España ya no es un patio dónde los españoles giran al son del fanatismo. A ver si lo aprenden. Y también algo de respeto. El que espero que también exija el Partido Popular, que debería denunciar con contundencia esta anual miseria organizada.

Rafael García Rico

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