martes, noviembre 26, 2024
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Imágenes para una fiesta

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Haría mal el presidente del Gobierno al persistir en que el abucheo sufrido en el desfile militar “forma parte del guión”, aunque resulte la forma más airosa de responder de inmediato a un griterío fuera de lugar.  A estas alturas, no valen ya las consabidas interpretaciones reproducidas este martes por Jesús Cuadrado, diputado socialista, quien atribuyó las pitadas a los “grupos radicales de extrema derecha”. Otros echaron mano del éxito de las redes sociales: los airados manifestantes habrían estado convocados a través de ellas para esta jornada.  Igual que en el 11-M,  podría decirse, pero al revés.  El artificio vale para todos.

Zapatero ha sido abucheado por quinta vez, pero eso no diluye el efecto creado en momentos de crisis económica y política.  Lo de menos es que quienes pitaron o abuchearon al presidente lo hicieran contra todo buen estilo, frente al homenaje a los caídos, arrebatando el protagonismo a las lágrimas por los ausentes.  Las duras críticas, por injustas que fueran, pueden servir de impulso a una rectificación.  Porque aunque no fuera el culpable de la crisis económica –que no lo es, en su origen-, debe asumir la parte alícuota del fracaso en la recuperación y el de un aún mayor desastre en la cohesión del país. 

La imagen de la jornada de la fiesta nacional vuelve a ser la del contraste. Entre quienes asisten orgullosos a una de las pocas liturgias democráticas y quienes se agazapan en el recelo originado de otros tiempos.  Patéticas suenan en este punto apreciaciones de independentistas catalanes quienes, lejos de respetar “otra” nacionalidad de la que se sienten ajenos,  evocan el “genocidio” por la conquista española, en la conmemoración del bicentenario de los países iberoamericanos. Reclaman, al parecer, un mundo sin ejércitos, sin monopolio de la violencia del Estado bajo la ley,  un mundo al albur de las emociones, libre de control.  Para el consumo interno quedarán otras imágenes:  Las de un presidente demasiado distante del foco de atención, sus saludos con sus correligionarios y adversarios,  el reproche de Gallardón, las sonrisas intercambiadas de los presidentes de Madrid y Cataluña, la ausencia de Venezuela  y, sobre todo, la valiosa atención del Rey ante los niños huérfanos.  

Los tres mil militares que desfilaron por Madrid, un número reducido  en un millar al del pasado año pero similar al de las fuerzas desplegadas en misiones internacionales, son ajenos a la tensiones, incluida la pitada a un presidente al que se puede cambiar en las urnas.  Actúan por mandato, orgullosos de representar a un país que ha logrado difundir su cultura en el mundo a millones de habitantes que aun siguen enlazados por una lengua común.  

Chelo Aparicio

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