No es sólo que en lugar de decir que, en caso de que “ETA matase mañana”, la “izquierda abertzale se opondría” –declara Otegi desde la cárcel- cuando debiera decir: “lo condenaría”; es que el presupuesto debe de ser previo. No son los eventuales muertos futuros los que han concitar el test de la democratización del brazo político de ETA. Son los pasados. Es la rectificación moral sobre la complicidad de la llamada izquierda abertzale con los centenares de asesinados apilados sobre nuestra democracia, los muertos del silencio. Sin ella, no hay nada.
Si se desplaza la cuestión a la reacción de la formación ilegalizada ante un eventual atentado de ETA se valida la argumentación de quienes, desde sus propias filas, no ven necesario la manida condena si no se produjeran atentados. Según esta versión, con la mera ausencia de atentados mortales perdería el sentido exigir a su brazo político la condena del terrorismo. En su certeza argumentan que insistir en ello sería un mero ardid para mantenerlo en la ilegalidad. Niegan que con su sola existencia ETA coacciona la libertad de los vascos y hacen abstracción de su presión chantajista.
Pero si desde los deseos o las ingenuidades de otros se quieren ver avances significativos, la prueba del algodón para que la izquierda abertzale regrese a la legalidad no basta con que anuncie que en el próximo atentado “se opondrán”. Y no sólo –que ya sería bastante- por la legitimidad democrática, también por pura eficacia. “¿Por qué? –dirán los más recalcitrantes- ¿ahora nos oponemos y antes no? ¿Porqué ahora y no dentro de otros diez años? ¿Porqué ya no vale lo que nos valía hasta ahora? “ Porque nunca pudo valer el asesinato para la defensa de una idea democrática, sería la respuesta para un final.
Rogelio Alonso, autor de varios libros sobre el caso irlandés (La paz en Irlanda del Norte y Matar por Irlanda) insiste en las heridas abiertas en el caso irlandés, que los independentistas vascos miran como un espejo, interesadamente. Ni siquiera en el conflicto en Irlanda –donde firmaron los acuerdos de Downing Street los contendientes de los dos brazos armados- puede despreciarse el valor simbólico de una rectificación ausente, sobre la convivencia futura. La falta de una condena moral sobre la violencia ejercida en el pasado impide crear un relato deslegitimador del terrorismo, imprescindible para su desaparición definitiva en las futuras generaciones.
Entre las múltiples diferencias en los dos casos destaca la jerarquía de la política sobre la banda terrorista, en el caso del IRA, y la inversa supeditación de la política a ETA, en el caso vasco. Es verdad que no es lo mismo el Otegi que desprecia la acción violenta como que el que no la cuestiona. Es muy distinto. Pero incluso para que los nuevos tiempos anunciados sean veraces, es imprescindible descartar que las nuevas palabras de Otegi sean solo tácticas, para volver a ese “gran grupo independentista” en el Parlamento vasco con el que sueña desde la cárcel. Porque nada cambia sin una rectificación moral como las que hicieron muchos de sus antecesores en las cárceles franquistas, algunos de los cuales tuvieron que requerir de escoltas para no ser asesinados por la misma banda.
Chelo Aparicio