Firmado el acuerdo con el PNV, el presidente Rodríguez Zapatero se fue a Ponferrada a mostrar su entusiasmo. Seguramente no es falso, aunque sea forzado. Por un lado, nunca le han importado los descalabros que deja en el camino si tiene la sensación de avanzar y digo la sensación porque parece que le basta, ajeno a otras reflexiones de más enjundia. Por otra (o por la misma vista desde otro lado), el acuerdo que le interesa es el que le proporciona tiempo y al tiempo fía el poder dar un vuelco a la situación actual de la opinión pública y enfrentarse de otro modo a las próximas elecciones generales.
Hay que reconocer que nada es imposible y que, del mismo modo en que se ha venido abajo a velocidad vertiginosa el aura que protegía al presidente la pasada legislatura, podría recuperarse en los bastantes meses que faltan para el examen de las urnas. Sin embargo, no basta con el tiempo. La situación de España, en la que se nos han revelado de pronto todas las deficiencias y las falsedades de nuestro sistema económico e institucional, no depende de la buena marcha de los demás. Podrían arrastrarnos hacia mejores mesetas pero sólo en el caso de que hagamos nuestros deberes y el entusiasmo del presidente en Ponferrada no va acompañado de un programa creíble, seguramente porque elaborarlo con seriedad y sensatez impondría sacrificios y mostraría realidades que, según su criterio, no le convienen.
Los Presupuestos para los que acaba de conseguir apoyos parlamentarios, a un lado el pago de una nueva vuelta de tuerca en el caos institucional y en el rompimiento disimulado de su propio partido, no están hechos con criterios realistas y nos sitúan en la misma inestabilidad que el año en curso. Algunos de los compromisos contraídos para sacarlos adelante dificultan aún más las necesarias reformas y políticas generales que tendría que emprender para propiciar ese vuelco. La relación de su Gobierno con un PSOE desconcertado no depende del arrastre de la economía alemana, sino de cambios a los que se resiste, lo que le va a llevar a problemas añadidos tras las elecciones autonómicas y locales, empezando por las catalanas. Es imposible, en nuestra grave crisis, contentar al mismo tiempo a los sindicatos y a los inversores que compran nuestra deuda a precios cada vez más desorbitados.
En definitiva, si no se reinventa en algo atractivo y eficaz, el tiempo, en vez de ser una oportunidad, seguirá siendo, como en los últimos meses, un temporal que le lleve aún más al abismo.
Germán Yanke