Somos nuestros datos. La mayoría de los servicios y contenidos de internet son gratuitos. No se pagan con dinero, pero sí con la huella digital, el rastro de la actividad del usuario en internet y las redes digitales. Con esos datos se personaliza la publicidad y servicios de geolocalización para saber dónde está un usuario y qué puede encontrar alrededor. La tensión entre la privacidad y las demandas del mercado digital es constante. La Agencia de Protección de Datos (AEPD) investiga a Google por espiar datos en redes wifi. El mismo día vuelven las quejas contra Facebook por utilizar indebidamente datos personales.
La pregunta es cuánto vale la privacidad y si existen garantías y herramientas para protegerla en la era de las redes sociales y de la transparencia digital.
Valemos lo que valen nuestros datos. La economía del regalo y la gratuidad es predictiva y persuasiva: anima al consumidor a hacer o consumir algo gracias a la información de lo que ya hace. Cuantos más datos para relacionar gustos, personas, lugares, productos, etc. mejor se puede personalizar la oferta.
Esos datos permiten además crear mapas semánticos quiénes, cuántos y dónde están los consumidores. Sus preferencias o actividad digital y física en diferentes lugares, en los móviles y aprovecharlos en servicios de geolocalización o para gestionar mejor el tráfico de las redes. Empresas como Google o Facebook recopilan y almacenan gran cantidad de datos del uso que cada persona hace de internet. Tanto que a menudo no está claro para los usuarios qué comparten con otros ni cómo los utilizan las empresas digitales.
La AEPD investiga a Google desde mayo y ha “verificado la captación de datos de localización de redes wifi con identificación de sus titulares”, además de la transferencia de esos datos a sus oficinas en Estados Unidos. Los datos fueron captados por los coches de Street View –el callejero virtual de Google- de redes wifi desprotegidas e incluyen correos electrónicos con nombres y apellidos, mensajería instantánea, cuentas de redes sociales y contraseñas con datos personales.
Google sufre la misma investigación en varios países europeos y asiáticos. La empresa ya había reconocido los hechos y los achaca a un error al captar los datos de las redes inalámbricas (SSIDs) y de los equipos (direcciones MAC de router y módem). Pero la AEPD no cree esas explicaciones y ha trasladado al juez la investigación.
El celo no es gratuito. Está en juego la privacidad y la libertad de los usuarios. En abril de esta año, las autoridades de diez países exigieron por carta a Google y a otras multinacionales de internet respeto por el derecho a la privacidad de los ciudadanos y la implementación de las herramientas adecuadas para que los internautas puedan controlar qué datos y contenidos, qué parte de su identidad y personalidad quieren compartir con otros usuarios y con las empresas proveedoras de esos servicios. Más tarde, en julio, los guardianes de la privacidad exigieron que las cookies, los pequeños programas que captan datos para la publicidad en los navegadores, sólo se instalen con consentimento previo.
Las autoridades no se fían de la vinculación entre cuentas de correo electrónico, redes sociales, aplicaciones para móviles, etc. que tejen una maraña de información personal sobre de la que los usuarios a menudo no son conscientes. Las empresas se defienden asegurando que no utilizan datos personales, sólo de actividad pública en las redes o con consentimiento de los propios usuarios cuando personalizan los servicios.
La economía del regalo y la gratuidad obliga a todos. Es un mercado de trueque donde a menudo los usuarios no tienen una idea exacta de cuál es el valor de su privacidad ni de cuánto tiempo está en poder de las empresas ni con quién la comparten. En la era de la reputación online cuanto más das, más consigues.
Los defensores de la nueva economía defienden a menudo el tribalismo de internet, aluden a la privacidad como una excepción y defienden la transparencia como un valor económico y moral. Pero la historia de la intimidad y la privacidad enseñan que son libertades individuales fundamentales. Los usuarios digitales despliegan una identidad de dominio público creada para compartir con otros. El compromiso de las empresas digitales debe ser respetar el grado de privacidad resguardado por cada usuario y desarrollar las herramientas necesarias para dar más sin renunciar a la intimidad.
Juan Varela