La no inclusión de Ramón Jáuregui en los sucesivos Gobiernos socialistas, primero de Felipe González, después, de Zapatero, se había convertido en un recurrente sonsonete irónico de propios y ajenos. «Otra vez se queda sin cartera», se decía. Una hiriente conmiseración hacia su fracaso político, directamente profesional a su reconocimiento personal y profesional, y a una vida entregada al PSOE y a la UGT.
Ramón Jáuregui fue el líder de los socialistas vascos en tiempos cruciales para la construcción de la autonomía vasca. El tándem Benegas-Jáuregui constituye el diseño del discurso socialista de entonces, sobre el que gravitaron los demás debates. Hijo menor de una familia obrera de 10 hermanos de un barrio de San Sebastián, su perfil de autodidacta se gestó desde niño. Terminó sus estudios de peritaje y pasaría después a combinar su trabajo en la industria Luzuriaga con las horas nocturnas para licenciarse en Derecho.
Parejo a su formación académica y profesional discurrió su doble militancia, en UGT y en el PSOE. Volcado en los intereses de los trabajadores, en un contexto de antifranquismo, se convirtió en un jovencísimo secretario general de la UGT vasca.
Su cercanía humana en tiempos odiosos de violencia y asesinatos cotidianos le convirtió en una referencia amable, pero siempre con criterio político. «A la calle, que ya es hora», clamaba con fuerza con los versos del poeta tras los asesinatos en Euskadi.
Lo fue casi todo en el País Vasco, este joven eterno apasionado por la política. El primer divorciado vasco, el primer vicelehendakari socialista, el primer líder socialista con posibilidades de ganar. Lo tenía casi todo al alcance pero tal vez su sensación de abismo le impidió sostener la idea de post nacionalismo que él mismo, junto a los intelectuales que le apoyaban, puso en circulación. Al final se plegó sobre sí mismo, y consideró que renunciar al pacto con los nacionalistas era fracturar el país. Muchos de sus incondicionales aún no entienden porqué.
Pudo ser el delfín de Felipe, cuando su estela decayó, y vinieron después años que echaron por tierra las certezas socialistas. En la etapa de Zapatero, su valía incuestionable y su capacidad de trabajo malempleada chocaron con la proyección de otras personalidades, algunas, por simples cuotas. Ha tenido que llegar el post zapaterismo para volver a resurgir el brillo de Ramón. Igual que en el declive de Felipe, pero ahora, a sus sesenta años, en su segunda juventud.
Chelo Aparicio