Para que conste para la próxima: no hay pista mejor para esperar un cambio de Gobierno que el hecho de que se niegue reiteradamente. Ni las referencias a la preparación de las elecciones autonómicas del próximo año, ni a la espera de las inmediatas catalanas, ni tampoco la salmodia sobre lo mucho y eficazmente que trabajaban los ministros –“sólo, como el presidente, ocupados en la lucha contra la crisis”- han tenido, al final, virtualidad alguna y la evidencia de que el Ejecutivo estaba más que agotado se ha impuesto en el momento en el que Rodríguez Zapatero se ha considerado, después de los acuerdos para sacar adelante los Presupuestos, que ganaba un poco de tranquilidad.
Lo que se trata de evaluar ahora es si este nuevo Gobierno ofrece posibilidades de que las cosas cambien y de que se vayan resolviendo, al menos, algunos de los déficits del anterior. El nombramiento de Alfredo Rubalcaba como vicepresidente primero, manteniendo la cartera de Interior, responde, seguramente, a la necesidad de una coordinación más eficaz tras el desastre de estos últimos meses y sin duda se trata de una persona capaz de hacerlo, además de ser uno de los pocos dirigentes del PSOE en los que el presidente, más que sintonía, ha conseguido un apoyo útil para evitar algunos sonados fracasos. Con otros no ha podido ni Rubalcaba, como se sabe. Sin embargo, el hecho de que el nuevo vicepresidente siga siendo ministro de Interior y, al mismo tiempo, portavoz, da una pista que no es muy halagüeña. La pista es que el Gobierno necesita un batallador dialéctico contra el PP mejor que los que hasta ahora ha tenido, sobre todo si se trata de dar una imagen de la oposición que levante, azuzados al susto, algunos votos que se le escapan al PSOE. Será sin duda útil, pero el azote del PP no debería ser, en momentos tan delicados como los actuales, ministro de Interior, un cargo que debería exigir una paciencia y delicadeza con los adversarios que no parece muy compatible con este nuevo diseño. “A estas alturas –como dice el presidente- no vamos a descubrir a Rubalcaba”.
El Gabinete, por otro lado, implica algunas rectificaciones importantes de Rodríguez Zapatero. La conversión en Secretarías de Estado de las carteras de Vivienda e Igualdad, que eran el emblema del presidente, es, sin duda, un cambio razonable, seguramente obligado por la necesidad de ahorro. La rectificación más importante, sin duda, y la más acertada, es la recuperación de un político al que Rodríguez Zapatero había excluido y apartado reiteradamente a pesar de ser de los más valiosos de su grupo parlamentario. Si era incomprensible no contar con él, y con su vinculación con el partido y la sociedad, hay que felicitarse de que le traiga de su destierro en el Parlamento Europeo y le confíe tareas, algunas nebulosas en Presidencia, pero siempre importantes. Tarde, ciertamente, pero está bien que el presidente haya “descubierto” a Ramón Jáuregui.
Es complicado que un cambio como el anunciado suponga modificaciones en la política económica, que para el Gobierno es un dictado europeo. Quizá pueda, aunque lo dudo, ofrecer una imagen de mayor coherencia pedagógica dejando a un lado esa suerte de “antinomia racional” con la que se ha querido hacer ver que es lo mismo hacer una cosa y su contraria. Y si lo dudo es porque el resto de cambios están en la línea, ya tradicional, de buscar personas para que el presidente esté a gusto, más que para encarnar un programa. O para dar una imagen, más que para llevar a cabo un proyecto. Nadie diría sin sonrojo que el nuevo ministerio de Trinidad Jiménez o la incorporación de Leire Pajín responden a un renovado o nuevo programa en la presencia internacional de España o en ciertos aspectos sociales, todo ello más que deteriorado, sino en cuestiones de premio y reordenación interna.
Otras incorporaciones (Valeriano Gómez, Rosa Aguilar) se venden, en la propaganda gubernamental de urgencia, como un giro a la izquierda o un gesto amistoso con los sindicatos. Pura propaganda con la que está cayendo y con la mirada puesta en quien dicta al presidente lo que, en estas materias socioeconómicas, hay que hacer. Tampoco creo que unos y otras sirvan para restaurar una confianza partidista que, como desgracia añadida, está más que dañada.
Germán Yanke