Josefina Samper, viuda de Marcelino Camacho, ha celebrado la vida de su marido con cada uno de quienes han ido a despedirle a la capilla ardiente, por las calles de Madrid, la Puerta de Alcalá y hasta el momento del entierro en el cementerio Civil de la ciudad. Con una ternura y vitalidad insólita, ha sido la mejor fotografía de la España que levantó con su marido. Cariñosa con todos por igual, acercarse a ella a dar el pésame era escucharle a él y un reguero minucioso de anécdotas simbólicas, de vida.
Con la suerte de haberle conocido, de pasar alguna tarde en su casa, la primera lección que daba Marcelino Camacho era entender el tiempo. Veía la prisa algo enemiga de las ideas y la charla sólida. Estar un par de horas con él resultaba difícil. Como poco, te regalaba una tarde en su hogar de barrio obrero. Porque la historia, esa que su viuda Josefina desde niña “quería ver cambiar”, había sido tan lenta y brutal tantas veces que no podía explicarse de corrido.
Guerra, franquismo, exilio, campos de concentración, cárcel, amnistía, democracia. Marcelino contaba cómo habíamos llegado hasta aquí y de qué manera. Cada época lleva su nombre, cada intento de opresión fue una pelea. El fundador de las Comisiones Obreras, como le gustaba llamar al sindicato, este líder humilde, había pagado con su libertad, con años de su tiempo, el proceso sindical de lucha contra el Franquismo.
Por eso se negaba a sintetizar fechas y días, a caer en lo superficial de los resúmenes. No por el placer de recrear sus vivencias, lo suyo era la entereza y el compromiso por transmitir, incluso a los que no nacimos en los años oscuros, un corpus ideológico, político y moral ligado a los derechos de los trabajadores, a sus compañeros que aprendió a organizar allá en sus dieciséis años.
Ayer tarde, Josefina, sentada frente al féretro, lo rememoraba: “Marcelino se alargaba mucho explicando las cosas, yo luego se lo decía y contestaba, – Es que no se estaba enterando de nada, se lo he visto en la cara”. Así era él, te notaba impaciente, detectaba el despiste o una idea mal atada y volvía a la carga. Abuelo colectivo, entrañable y tenaz, hacía imposible cambiar de tema a la ligera. Al intento de un punto, te miraba y seguía, “punto y coma”. Josefina, militante del partido comunista, pareja inseparable desde hace 62 años, preparaba la merienda, café y magdalenas de Toledo, como un guiño a esas horas de escucha.
“Al lado de nuestra casa, recuerda con los ojos brillantes, hay un colegio. Marcelino iba a comprar la prensa por la mañana. Los niños se agolpaban en la verja, le llamaban y saludaban por su nombre. Al volver, le gustaba decir, – Si me tienen cariño es porque sus padres tienen ideas, se lo han contado en casa”.
No sabemos qué le habrá contado el Rey Juan Carlos a su hijo cuando era niño, si recuerdan en la Zarzuela aquella primera amnistía de noviembre en 1975 y la segunda, dos años después, con Camacho ya fuera. El Príncipe fue a la capilla ardiente y a los brazos abiertos de Josefina siguieron los suyos. Agachado para poder arropar a esta mujer pequeña, su rostro no parecía fingir el rigor de los protocolos. Tampoco el de Carme Chacón, el juez Jiménez de Parga, Marcelino Oreja, María Teresa Fernández de la Vega, Rodrigo Rato, José Luis Rodríguez Zapatero y tantos otros.
Qué decir de los suyos, el beso de Santiago Carrillo en la frente de Josefina, y Nicolás Sartorius, José María Mohedano, Antonio Gutiérrez, José María Fidalgo, Cándido Méndez, o Agustín Moreno… todos charlando emocionados. O los que habrían querido ir y ya se han ido; el abrazo de Saramago, Manuel Vázquez Montalbán, José Antonio Labordeta, Simón Sánchez Montero…
Josefina estaba ahí para todos. A ratos, se acercaba al cuerpo de su marido y le acariciaba las mejillas, le colocaba el jersey de lana granate y gruesa. “Ojalá hubiera vivido un poquito más, solo tres o cuatro años. Pero ha sido así, él ya lo estaba pasando muy mal, apenas podía hablar”.
Imposible imaginar a Marcelino Camacho callado, tan enfermo. Como escribió Miguel Hernández: Si hay hombres que tienen un alma sin fronteras / tu eres uno de aquellos. Se va y Josefina nos recuerda algunas de sus últimas palabras, las que mirando a Santiago Carrillo, nos quería decir al resto, «Si uno se cae, se levanta y sigue». Ese era Marcelino; caer, levantarse, lo importante es seguir.
Pilar Velasco