Hay medios de comunicación que han pasado de puntillas sobre el escándalo protagonizado por Rafael Velasco, recientemente nombrado por José Antonio Griñán número dos del PSOE de Andalucía, como si la noticia no requiriese lo misma atención informativa que la vergonzosa conducta del PP valenciano. La corrupción tiene idéntica envoltura en cualquier lugar de España, pero hay periódicos y periodistas que aplican
distinta vara de medir a unos y otros casos. Me parece poco ético desde el punto de vista de la ética profesional a la que estamos obligados los comunicadores, esté donde esté nuestro corazón y nuestras preferencias políticas.
La esposa de Velasco tiene en Córdoba una empresa dedicada a cursos de formación para el empleo, que como muchas otras en toda España se acoge a las subvenciones que con este fin conceden las Comunidades autónomas. La diferencia con otras es que la que hace al caso no ha brillado por el éxito, de suerte que el 90 % de sus ingresos provenían de las ayudas de la Junta de Andalucía, y que éstas empezaron a materializarse cuando Rafael Velasco pasó de ser un simple militante socialista a ocupar escaño en el Parlamento de Andalucía y su inmediato ascenso en el partido a vicesecretario general.
Ninguno de los extremos denunciados por la prensa en Andalucía ha podido ser desmentido por el interesado, quien presa del pánico y de la que se le venía encima, ha dimitido de todos los cargos “para ocuparse de su familia a tiempo completo”. Gesto que le honra, no cabe duda, aunque queda por aclarar si las tales subvenciones se ajustaban a la legalidad o al compadreo. El PP e IU han solicitado explicaciones al Gobierno andaluz en sede parlamentaria, pues todo parece indicar que estamos ante un caso repetido de trato de favor y tráfico de influencias.
Este asunto ha abierto una grave crisis en el PSOE-A, cuyos portavoces, con la boca pequeña, han dado por buenas las no explicaciones de Velasco, quien había sido elegido la pasada primavera como hombre fuerte de la dirección socialista, en sustitución del veterano Luís Pizarro. A sus 37 años, el socialista cordobés había protagonizado una espectacular carrera política que se ve ahora truncada, con los correspondiente efectos colaterales para el presidente Griñán.
La crisis ha quedado resuelta, es un decir, en un abrir y cerrar de ojos mediante la supresión de la vicesecretaría general. No conforme con esto, Griñán ha nombrado en un escalón Inferior de la dirección socialista a Luís García Garrido, reciente delegado del Gobierno en Andalucía y sobre el que pesan dudas sobre las incompatibilidades del cargo oficial y el del partido. Una solución de compromiso para apaciguar el malestar interno del PSOE-A, que suma a esta contrariedad su paulatino declive en las encuestas en favor del PP.
El nulo seguimiento que ha tenido este escándalo en medios nacionales que llevan meses y meses denunciando las tropelías de dirigentes del PP en la Comunidad valenciana –y bien denunciado que está, faltaría más- merece una reflexión sobre la distinta vara de medir utilizada para informar sobre unas y otras conductas se trate de organizaciones más o menos afines a la línea editorial. Acaso los periodistas deberíamos hacer un ejercicio de autocrítica por encima del pernicioso corporativismo que a veces nos hace desvirtuar el sentido de servicio público encomendado por la sociedad a los medios de comunicación social.
Francisco Giménez-Alemán