Cuando algunos se preguntan por el contenido no escrito del acuerdo suscrito entre el Gobierno y el PNV para la aprobación de los Presupuestos del próximo año, o cuando se especula sobre lo que se haya podido hablar en las conversaciones entre el presidente (y ahora el vicepresidente) y Urkullu, no debería dejarse de lado el futuro de Patxi López y de la estrategia de los socialistas vascos, pacto con el PP incluido. Al PNV, desde luego, le interesa más desarbolar lo que supone el Gobierno de López que instar al de Rodríguez Zapatero a “dar pasos” o a “moverse”, por muchas que sean las invitaciones publicas a esta suerte de baile de San Vito.
Sobre esta suerte de estrategia propiciatoria, el PNV es tan escéptico como el que más, recela del empeño por acumular fuerzas nacionalistas como derivada de la misma, sale escaldado cada vez que hace un gesto e, incluso en la hipótesis defendida por los radicales que le quieren cerca, que son los menos, jamás conseguiría de ellos, en cualquiera de sus escenarios, algo más y mejor que lo que considera puede obtener de la debilidad de Rodríguez Zapatero. Lo que le interesa, incluso más que el contenido de las transferencias pactadas, es el debilitamiento de López, la puesta en cuestión de la eficacia de un Gobierno vasco no nacionalistas, la crítica del acuerdo entre socialistas y populares, que sólo sería para dar carta de naturaleza a un odio antinacionalista, y poder sostener una deriva así al menos mientras Rodríguez Zapatero esté en La Moncloa. En ello insiste cada día hasta el punto de que lo demás (que si Urkullu habló con Rubalcaba de presos, que si López debe hacer algo para conseguir “la paz”, etc.) son dardos en aquella dirección más que propuestas políticas concretas entendidas como objetivos a corto plazo.
La viabilidad de un Gobierno como el de Rodríguez Zapatero no está únicamente en poder aprobar los Presupuestos y mantenerse hasta las próximas elecciones ensayando muy buenas explicaciones. Está también, si quiere sostener un proyecto a medio plazo, en poder desplegar un discurso propio y no limitado por su debilidad. Lo que debería plantearse el presidente no es tanto cómo repetir sin caer en el ridículo que al Gobierno vasco le interesa la estabilidad del Gobierno español, sino si al Gobierno vasco, a los ciudadanos vascos y al resto de los españoles, les conviene un discurso en el que el PSOE tiene que estar permanentemente callado ante cada simpleza del PNV, ante cada ataque al Partido Socialista de Euskadi, ante cada concepción etnicista de lo que hay que hacer, ante el desprecio a los procedimientos legales y ante cualquier maniobra de distracción jugando peligrosamente con la “paz”, que ya por segunda vez escribo entre comillas porque poco tiene que ver con el imperio de la ley y la libertad de los ciudadanos.
¿Se trata de que el PSOE no pueda ya decir nada crítico o dispar al PNV? Si, como ha ocurrido en estas últimas semanas, la contrapartida del apoyo a los Presupuestos es el silencio ante tanto ruido interesado (y en el fondo y por sus consecuencias desestabilizador) no será muy distinta del fin de una política general socialista y avalada en las urnas que ni el vicepresidente va a ser capaz de explicar.
Germán Yanke