domingo, noviembre 24, 2024
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Breve historia de los títulos literarios malos

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En la historia de los lanzamientos literarios mal programados, los periodistas del Los Ángeles Times Tom Hamburger y Peter Wallsten ocupan un lugar distinguido. A la publicación de «Un país monopartidista: los planes Republicanos de dominio en el siglo XXI» en 2006 le siguieron rápidamente dos elecciones nacionales en las que los Demócratas se hicieron con 15 escaños en el Senado, 54 escaños en la Cámara, y la Casa Blanca. En 2008 Barack Obama se convirtió en el primer presidente Demócrata desde Lyndon Johnson en lograr una mayoría absoluta del voto popular. Se llevó siete estados que habían votado dos veces a George W. Bush, incluyendo dos (Indiana y Virginia) que no habían pasado a los Demócrata desde 1964.

Lo que llevó a la obra de James Carville en 2009, «40 años más: cómo dominarán los Demócratas la próxima generación». Carville aducía: «En la política presidencial estadounidense no hay en general una mecánica pendular. Hay épocas en las que domina una formación. Hoy está surgiendo una mayoría Demócrata, y según mi hipótesis, que comparto con muchísima gente, esta mayoría garantizará que los Demócratas permanecen en el poder los próximos cuarenta años».

Al parecer la era de dominio Demócrata va a durar dos años. Según los sondeos, importantes minorías electorales de Obama – incluyendo mujeres, católicos, votantes con menos recursos e independientes – abandonan a los Demócratas en manada. El estratega Republicano Vin Weber lo llama «el mayor giro ideológico en el menor plazo de tiempo que he visto en mi vida».

La política estadounidense se ha vuelto una empresa pendular.

Algunas explicaciones de estos cambios electorales son históricamente únicas, lo que las hace difíciles de extrapolar a principios. El daño político de la Guerra de Irak y la respuesta al Huracán Katrina fueron específicos de la administración Bush. Resultó políticamente desastroso para Obama hacer demasiada propaganda a la batería de estímulo y hacer hincapié en la reforma sanitaria en lugar de la creación de empleo. Los Demócratas cometieron el error de cálculo de suponer que la crisis económica planteaba una excusa New Deal – la oportunidad de cultivar la red de protección social y elevar el carácter progresivo del régimen fiscal. En realidad, la mayoría de la gente sólo quería que la economía mejorara.

Y el propio Obama resultó ser un político sorprendentemente malo. Ha demostrado tener muy poca capacidad tanto para explicar su teoría económica – ¿alguien puede describir el Obamaismo? – como para manifestar empatía con los que sufren. Ha logrado la difícil hazaña de desmovilizar a sus partidarios al tiempo que moviliza a sus críticos, pareciendo demasiado transigente y demasiado radical al mismo tiempo.

Pero hay lecciones más generales que extraer. Estos cambios rápidos son una advertencia a las lumbreras políticas: No se presta demasiada importancia al momento político concreto. Mientras las predisposiciones ideológicas de la mayoría de los estadounidenses están muy bien asentadas, dos factores siguen oscilando enormemente entre elecciones – el fervor ideológico y el apoyo de los independientes. Ambos partidos políticos han demostrado ser capaces de movilizar s su electorado, apelando a los independientes y consolidando mayorías decisivas – y de derrochar todas estas ventajas rápidamente. En política nacional al menos, ningún resultado político futuro está predestinado por las tendencias actuales, la demografía o el resto de herramientas del tertuliano esotérico. El libro a lo Carville de predicciones políticas es una apuesta a la ruleta, negro o rojo. Cualquier formación puede dominar – o fracasar.

Estos vaivenes señalan también una dinámica más profunda. La velocidad del cambio político parece precipitarse, empujada por las tecnologías de la información y los medios implacables y polarizados. El tiempo político se ha comprimido. El intervalo entre la adoración al héroe y la humillación pública se ha contraído. El camino al desencanto se ha precipitado. A los estadounidenses, junto a Thomas Jefferson, puede gustarles una pequeña rebelión por aquí y por allá. Pero complacido con demasiada frecuencia, el hábito parece más inestabilidad. Y el mundo no deja de cuestionar la consistencia, hasta la coherencia, de la política exterior y la política económica estadounidenses.

Más que nadie, esta historia reciente debería dar lecciones a los ganadores. Hasta las victorias claras son frágiles. Las mayorías se levantan con el apoyo tanto de partidistas como de independientes. Los resultados son en última instancia más importantes que la pureza. La extralimitación ideológica despierta represalias. En el caso que nos ocupa, existe un levantamiento genuino en favor de la disciplina fiscal y el crecimiento creador de empleo — pero no hay ninguna licencia a la deconstrucción del estado moderno. La primera revolución será imposible.

Tras una contundente victoria política, sin embargo, disociarse de la realidad es más fácil. Lo que hace más probable que alguien publique: «La mayoría permanente del movimiento fiscal».

Michael Gerson

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