Sentado en el East Room esta semana contemplando a un solitario Presidente Obama dar explicaciones de la paliza recibida, escuché con preocupación que describía su presidencia como «un proceso de crecimiento» y sugería que el revés de las legislativas era de alguna forma inevitable. «Ya sabe, esto es algo por lo que creo todo presidente tiene que pasar», dijo.
Me recordó aquel anuncio de la llamada a las tres de la mañana de Hillary Clinton en la campaña de 2008, y su fulminante crítica de Obama: «Cuando hay una crisis… no hay tiempo para discursos ni prácticas laborales». Me preguntaba si los Demócratas se encontrarían en la tesitura en la que se encuentran si hubieran elegido un abanderado diferente.
¿Habría sido el paro más moderado bajo una Presidenta Hillary? ¿Habrían perdido menos escaños los Demócratas el martes? Es imposible de saber. Pero lo que puede decirse con seguridad es que las herramientas de Clinton son un mejor maridaje para el presente conjunto de problemas nacionales que en 2008, cuando su apoyo a la Guerra de Irak dominó la campaña.
Allá por entonces, el atractivo populista de la Clinton entre los votantes blancos de renta modesta, los sindicalistas y los peones del cinturón industrial no bastó para superar al movilizado voto juvenil de Obama. Pero los blancos de clase trabajadora de Clinton fueron los mismos que el martes se pasaron a los Republicanos.
Allá por 2008, las heridas de Clinton en el Hillarycare fueron consideradas un inconveniente, prueba de que ella es producto del Washington de los viejos tiempos. Pero ahora que Obama ha sucumbido al partidismo, su cháchara de un «proceso de crecimiento» en el cargo hace que la experiencia de Clinton en las trincheras parezca más que un activo.
Los asesores de campaña de Clinton con los que hablé dicen que casi seguro habría cancelado la reforma sanitaria integral antes que permitir que monopolizara el programa durante más de un año. Se había conformado con unos cuantos puntos populares como la cobertura infantil o la prohibición de las rescisiones de las pólizas de seguro contratadas por personas enfermas antes de contratar las pólizas. Eso habría dejado a millones sin cobertura, pero también habría situado a los Demócratas en una posición política más firme y les habría dado más fuerza para centrarse en la creación de empleo y otras cuestiones, como la inmigración o la energía.
Los asesores de Clinton reconocen que probablemente ella habría rescatado a la industria del automóvil y el resto de cosas que hicieron que Obama sea tildado de socialista. La diferencia es que ella habría acompañado esa ayuda a las grandes empresas de beneficios populares para los estadounidenses de a pie.
Clinton, por ejemplo, propuso primero la moratoria de 90 días a los embargos hipotecarios en diciembre de 2007, parte de un paquete para combatir las primeras manifestaciones de la crisis hipotecaria con una moratoria a cinco años en los tipos de las hipotecas de riesgo y 30.000 millones de dólares para evitar embargos. Pero un asesor de la campaña de Obama despreciaba la moratoria de Clinton diciendo que «recompensaría a la gente por obrar mal».
Los llamamientos a una moratoria volvían hace unas semanas con las noticias de abusos en los embargos solicitados por prestatarios. Los sondeos manifiestan apoyo entre la opinión pública a una moratoria, pero Obama la descartó. Es seguro decir que Clinton habría hecho las cosas de otra forma.
Ciertas diferencias habrían sido de estilo. En calidad de Senadora por Nueva York, Clinton tenía buenas relaciones con el sector financiero. Como heredera del electorado donante de su marido, habría puesto a más ejecutivos del sector privado en la administración — enviados capaces de disipar las incertidumbres que en materia de política fiscal y regulación vienen lisiando a las empresas.
Lo más importante, no puede haber duda de que habría mantenido la atención en la economía con precisión de láser; después de todo, hizo esto durante la campaña de 2008, cuando no era una cuestión tan capital. Cosechó escasos méritos cuando pronunció un discurso en Iowa en diciembre de 2007 advirtiendo de los peligros de los nuevos instrumentos financieros. Ahora parece profética; por entonces sonó aburrida.
Hubo muchas cosas que no gustaron de la campaña de los Clinton, en particular la insistencia de ella en los comicios tiempo después de quedar claro que no tenía ninguna posibilidad. De haber salido elegida, habría incorporado sus propios problemas. Pero el fracaso a la hora de conectar con el hombre de a pie no se habría encontrado entre ellos.
En abril de 2008, un anuncio de Clinton asestó un golpe populista a Obama: «Cuando estalló la crisis inmobiliaria, Hillary Clinton pidió medidas: una moratoria a los embargos. Barack Obama dijo ‘no’… La gente está sufriendo. Es hora de un presidente dispuesto a tomar medidas ya».
Obama sobrevivió al desafío por entonces. Pero los tiempos cambian, y el presidente, sintiéndose «distante» de la ciudadanía, reflexionaba en el East Room sobre la forma de poder hacer su trabajo y dar a los estadounidenses «confianza en que les escucho».
Dana Milbank