domingo, noviembre 17, 2024
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Realistas fuertemente armados

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La política exterior fue tan irrelevante en las legislativas que la primera oración de esta columna – que imprudentemente comienza con las palabras «política exterior» – espantará a muchos lectores deseosos de informaciones más jugosas de la reacción electoral.

Pero las cosas invisibles como el oxígeno, Dios y la política exterior pueden seguir teniendo repercusión. Y las elecciones de la pasada semana van a tener la clase de repercusión más siniestra en torno al papel de América en el mundo: la que es masiva e incierta.

Cualquier presidente que se enfrenta a la parálisis legislativa en política nacional es empujado rápidamente a la escena internacional, donde el foco de atención es él exclusivamente. Todo secretario Republicano de comité en la Cámara va a ser monarca de un reino presupuestario. Sólo un estadounidense cada vez puede ser jefe del ejecutivo. Y los debates inminentes acerca de recortes presupuestarios y la derogación de la reforma sanitaria podrían hacer que el conflicto de Oriente Próximo parezca resoluble en comparación.

Pero este método de establecer la relevancia es improbable que funcione. Es el estimado mito del diplomático que los desafíos globales existen porque carecen de atención. En realidad, la mayoría de los problemas internacionales existen a causa de dinámicas internas que tienen poco que ver con la falta de atención estadounidense. Los líderes palestinos están divididos — incapaces de honrar acuerdos que desde el principio son demasiado débiles para asumir. Los israelíes se sienten relativamente seguros detrás de barreras de seguridad, reacios a compromisos arriesgados y preocupados sobre todo por Irán. Un régimen iraní cada vez más militarizado ve una ventaja estratégica tanto en manipular la perspectiva de conversaciones como en ampliar incesantemente su capacidad nuclear.

Hay un terreno en el que la atención presidencial es decisiva — la amenaza y el uso de la fuerza militar. Pero una vez que se hace la amenaza — digamos, contra Irán — es el enemigo quien determina el rumbo de la confrontación, a través de la capitulación o el desafío. En el momento en que el presidente amenaza con la fuerza, también pierde el control. Y Barack Obama parece ser un hombre que valora el control.

La gestión diaria de la política exterior por parte del presidente también se verá complicada por la ola Republicana. Precisamente al no tener ideología clara en política exterior el movimiento fiscal — las tendencias aislacionistas del Senador electo Paul Rand no podrían ser más diferentes del internacionalismo del Senador Jim DeMint – el entusiasmo individual de los líderes del Congreso va a desempeñar un papel relevante. Es improbable que el enfoque dulcificado de Obama hacia Cuba sobreviva al ascenso de Ileana Ros-Lehtinen como secretario del Comité de Asuntos Exteriores, sobre todo desde que Ros-Lehtinen expresara en una ocasión su receptividad hacia el asesinato de Fidel Castro. La mayoría de los Republicanos querrán delegar en las opiniones del Senador Jon Kyl la cuestión del tratado de reducción nuclear New START con Rusia. Si el conflicto ruso con Georgia se activa, el Senador John McCain, firme crítico de la conducta rusa, llevará el testigo.

Incluso sin una política exterior del movimiento fiscal desarrollada, el centro de gravedad del Capitolio se desplazará probablemente en una dirección Jacksoniana. El historiador Walter Russell Mead describe esta potente tradición populista de la política exterior como «instinto más que ideología». Los Jacksonianos de la actualidad creen en un ejército fuerte, empleado de forma asertiva para defender intereses estadounidenses. Son escépticos del Derecho y las instituciones internacionales, que consideran amenazas a la soberanía estadounidense y la libertad de acción. Los Jacksonianos son en general despreciativos hacia los objetivos globales idealistas, como un mundo libre de armas nucleares. En lugar de eso, ellos son realistas fuertemente armados, convencidos de que América se mueve en un mundo irremediablemente hostil. En particular, según Mead, los Jacksonianos creen en las guerras que acaban con la rendición incondicional del enemigo en lugar de las «operaciones multilaterales, de conflicto limitado o de pacificación».

La ascendencia Jacksoniana en el Capitolio se traducirá probablemente en resistencia al gasto en asistencia exterior en la misma medida que en socavar el diálogo con Naciones Unidas. ¿Quién fue tan imbécil como para programar, inmediatamente después de unas legislativas, una sesión del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas durante la que Cuba, Irán y Venezuela van a escrutar la trayectoria de América en materia de derechos humanos? Hasta sin tales provocaciones, los Jacksonianos van a alentar políticas más contundentes contra Cuba, Irán y Venezuela — junto a Rusia y China.

Pero la mayor prueba de fuego será Afganistán. En esto Obama se enfrenta a un desafío infrecuente. Su puntal de apoyo a la guerra afgana se encuentra sobre todo en la oposición, lo que hace decisivas las posturas Republicanas hacia el conflicto. A medida que se aproxima el límite de julio de 2011 de inicio de la retirada de efectivos estadounidenses fijado por Obama, cualquier muestra de división civil-militar en la estrategia podría erosionar de forma dramática el apoyo Republicano. A los Jacksonianos les gusta ganar guerras. Pero si Obama parece reacio, podrían volverse fácilmente contra un conflicto que el presidente no parece decidido a ganar.

Nadie se interesa por la política exterior — hasta que una crisis de política exterior se impone a cualquier otro tema. O hasta que una política exterior a la deriva y falta de simpatía empieza a ofender el orgullo Jacksoniano de la nación.

Michael Gerson

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