miércoles, noviembre 20, 2024
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Victoria Ocampo

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Victoria Ocampo fue la primera mujer que ingresó en la Academia Argentina de Letras. Cuando eso sucedió, escribí sobre aquel acontecimiento en ‘El País’ de Montevideo, y poco tiempo después me llegó al periódico un ejemplar de su libro “Testimonios”, con una amable dedicatoria que terminaba diciendo: “El único mérito de este libro es no estar aún en las librerías”. Victoria Ocampo murió en Buenos Aires, donde había nacido en 1890, en 1979.

A ella debemos la fundación de la editorial y de la revista ‘Sur’ de Buenos Aires, a instancias de Ortega y Gasset, y en cuyas hospitalarias páginas colaboraban Graham Greene, André Malraux, Gabriela Mistal, Strawinsky, García Lorca, Rabindranah Tagore y Julian Huxley. Todos ellos, por otra parte, huéspedes en su célebre Villa Ocampo, que donó a la UNESCO. También Borges, Sábato y Mallea escribían en ‘Sur’. A Victoria Ocampo se deben las primeras traducciones  y ediciones de la obra de Lawrence de Arabia. Y la serie de sus libros llamados “Testimonios”.

Basada en estas páginas, en su vasta correspondencia y sus apuntes autobiográficos, se ha publicado un libro de Victoria Ocampo llamado “La viajera y sus sombras”. La selección y el prólogo son de Sylvia Molloy, quien en las líneas prologales observa que a Victoria Ocampo, como viajera, no le interesaba compartir la mirada turística sino dar a pensar. La suya fue una vida inquieta, al punto de que escribió: “El mundo entero es mi dominio y me siento en casa tanto en New York como Londres”. Y ni qué decir de París, adonde viaja en incontables oportunidades, desde niña. Allí conoce a Cocteau, Malraux, Ravel, Chanel, Paul Valery, Caillois (con quien tiene una relación estrecha) y, bien, mucho de todo ello está en estas páginas seductoras.

Volviendo al libro, entre sus escritos hay algunos memorables, como su visita a Clouds Hill, la casa de campo del coronel T.E. Lawrence (famosamente conocido como Lawrence de Arabia). Alejada de Londres, Lawrence la había comprado vendiendo, para ello, su puñal de oro de La Meca: el que aparece en sus fotografías vestido de túnicas blancas y colgado en su cintura. En este lugar pasó sus ocios a partir de 1925. En esos caminos, en su moto Boanegers, Lawrence murió joven. En su minúsculo “cottage”, Victoria Ocampo vio la biblioteca cubriendo las paredes, una cama, una bicicleta. Era cuanto quedaba. Como también el gramófono donde escuchaba música clásica. Al marcharse, quienes cuidaban aquella casa histórica le regalaron las flores que habían depositado en un jarrón, para esperarla.

También están, aquí, sus espléndidas páginas sobre del Juicio de Nuremberg a los cabecillas nazis, al cual asistió. Estaba sentada cerca de los acusados, que ocupaban dos largos bancos, cuidados por la policía norteamericana. En este libro aparecen, también, Virginia Woolf, Strawisnky, Rabindranah Tagore, Waldo Frank, Drieu la Rochelle y Roger Caillois.

“La viajera y sus sombras” es el testimonio de esta mujer única, capaz de dejarnos un compendio como no hay muchos en la vida cultural del siglo XX.

Rubén Loza Aguerrebere

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