En las últimas horas, y durante todo el fin de semana, se han sucedido noticias de gran envergadura y profundidad política, religiosa e, incluso, deportiva, sobre los que importantes analistas han dado su certera opinión en estrelladigital.
Así pues, como en el último artículo “Bye Bye Ríos”, me abstendré de entrar en análisis políticos de calado, que bien escritos están por mis colegas, y me quedaré en la letra pequeña de otra actualidad más remota –apenas a setenta kilómetros de Madrid- pero altamente interesante para vislumbrar la situación política general.
Y me perdonarán los lectores no toledanos que dedique estas líneas a la capital de Castilla-La Mancha. Con todo, es una referencia histórica y cultural de España (Ciudad Patrimonio de la Humanidad) que, a diario, recibe a miles de visitantes y turistas que, entre perplejos y admirados, suben y bajan sus angostas calles. Se detienen y se paralizan de emoción al contemplar como se alzan sobre la colina el Alcázar y la única Catedral gótica de cinco naves; parpadean ante la Iglesia de San Juan de los Reyes, donde los Reyes Católicos pensaron que fuera su última morada; se absortan con el Entierro del Conde de Orgaz; disfrutan de la Plaza de Zocodover; se pierden por las Sinagogas y el barrio de las Juderías y los Conventos; no conciben la sobriedad de la calle de Alfileritos y pierden la conciencia con las vistas desde el Parador…, todo Greco. Un placer para los sentidos.
Es lo que a simple vista –y no es poco- tiene Toledo para los turistas. Y no es poco, sino todo lo contrario. Toledo no es solo un descubrimiento temporal, se descubre con paciencia. Lo descubren los visitantes temporales, los que trabajan cada día en la ciudad y, ahora, sobre todo, los ciudadanos.
Y es que Toledo no es únicamente el punto turístico del Casco Histórico, en realidad es cuatro ciudades dispersas debido a la orografría del territorio. De hecho, nos podemos encontrar con un barrio, que siendo Toledo, está situado a ocho kilómetros del polo de atracción de los viajeros. Como es lógico, ahí no llegan, pero en esos barrios viven casi ochenta mil personas. Y ellos –los ciudadanos- son los que han observado y experimentado la transformación de una ciudad, hasta hace muy pocos años –apenas cuatro- anclada en la “caspa” y sin vocación de avance ni modernidad.
Toledo, hoy es una capital moderna capaz de compatibilizar su historia con su presente. Y en este presente todavía no agotado por los mandatos electorales, me arriesgo a proclamar que jamás se han llevado a cabo y realizado tantos proyectos e iniciativas como en los tres últimos años, destinados todos ellos a procurar el bienestar y calidad de vida de los toledanos, teniendo, además, como referencia la principal fuente de riqueza de la ciudad: el turismo.
Sería fraudulento, por mi parte, si después de escribir todo esto no señalara al responsable de la extraordinaria metamorfosis que ha observado la capital de Castilla-La Mancha, y sería menos honesto si no dijera que se lo han puesto tremendamente difícil, los extraños y hasta los propios.
Al frente de esta revolución en la “toledanía” está un político –otrora “delfín” de José Bono-, pequeño de estatura y largo en ideas que, casi sin querer y en los peores momentos económicos, se ha ganado el título de ser el mejor Alcalde que ha pasado por la calle Ancha, la más concurrida de la ciudad.
Espero y deseo que los ciudadanos de Toledo sepan separar el polvo de la paja y que el “Tsunami ZP” no anegue la Plaza de Zocodover desde el Tajo.
Emiliano ha hecho capital a Toledo y Toledo es, ahora, más capital que nunca.
Alfonso García