Sería imposible que a estas alturas una campaña electoral –como la que ahora se celebra en Cataluña- fuese el escenario para analizar lo que ha sido la legislatura y propiciar un debate sobre el presente y el fututo, sobre lo que hay que hacer y por qué. Parece que también es imposible una cierta contención, un poco de sentido de la oportunidad y del ridículo.
El presidente, por ejemplo, la aprovecha para responder a las críticas de Rajoy por su ausencia en los actos de la visita del Papa: en España, nos explica, las leyes no las hace Benedicto XVI. Nada tiene que ver una cosa con otra pero Rodríguez Zapatero podría haber aprovechado para explicar a la ciudadanía si la política exterior española se hace de igual modo, escuchando al Parlamento y a las voces de la calle, o el Rey de Marruecos tiene algún papel que, lógicamente, al Papa se le niega. Para añadir más leña, ya que las ideas brillan por su ausencia, pide el presidente que se comprometa a no volver a hacer política “contra Cataluña”. Esta vaciedad intelectual, que pretende endosar a Ciu de paso, resulta pasmosa después de haber pactado su supervivencia con el PNV, partido de acreditado españolismo, y más bien tendría que hacer el reproche al Tribunal Constitucional.
Si todos comenzaron la campaña contra Artur Mas, parece que este modo de estar a la contra les ha resultado a todos insuficiente un par de día después. Puigcercos anuncia al mundo que Madrid es una fiesta fiscal y que en Andalucía no paga ni Dios, expresión calenturienta que nada tiene que ver con la visita del Papa, pero que revela la altura del debate. Buen comienzo, como se ve.
Germán Yanke