El contencioso con Marruecos, ahora agravado por el asalto al campamento saharaui, estaba presente antes del cambio de Gobierno. La necesidad de profundas reformas económicas, más allá de las primeras obligaciones impuestas por la Unión Europea, era un tema permanentemente sobre la mesa antes del protagonismo excepcional de Pérez Rubalcaba. El paro era ya el problema principal de los españoles. El hartazgo del modo en que se hace política aparecía en los sondeos como una preocupación creciente. El desbordamiento de la voracidad autonómica, hasta el punto de complicar y en ocasiones imposibilitar las políticas generales, estaba siempre presente y siempre aparcado. La maniobra para que, subrepticiamente, se ofrezca algo a Batasuna, era un constante engaño y una tentación lamentable. La búsqueda de un papel internacional serio seguía siendo una asignatura pendiente.
Esta relación, que se podría evidentemente ampliar hasta la totalidad del catálogo de nuestras cuestiones pendientes, revela que, hasta el momento, el nuevo Gobierno no ha supuesto una nueva política, o un modo renovado de afrontarla. El empeño por las explicaciones, como si el problema fuese de retórica y no de política, ofrece, según va pasando el tiempo, la sospecha de que se trata de buscar el modo menos dañino de no enfrentarse con los problema reales del modo en que las circunstancias demandan. Muy bien explicado todo, si se me permite la ironía, el Gobierno está desbordado por la crisis del Sahara, en el fondo y en la forma, intentando reformular el modo en que se puedan rehuir los compromisos. Se va a encontrar ahora, como se podía prever, con el riesgo añadido a nuestra endeble situación económica del arrastre de las crisis en Irlanda y Portugal y, al menos en las primeras horas, parece haber más desconcierto que un programa concreto de actuación. La coordinación precisa de las administraciones, y la conexión quebrada con las organizaciones del partido, se intentó saldar con una declaración voluntariosa sobre las políticas de empleo que suena, con el paro existente y la falta de crecimiento, a un salto espectacular sobre la realidad.
Este Gobierno es, sin duda, más poderoso y más político que el anterior. Hay en él algunas extravagancias, de las que ha desplegado el presidente desde que llegó a La Moncloa, pero la preparación y la conexión con las bases del partido es sin duda mejor. Si Rodríguez Zapatero necesitaba –que ciertamente necesitaba- protección, con este equipo puede acercarse a ella, lo que con el anterior era imposible. Sin embargo, nada vale, más allá de los fuegos artificiales de unos minutos, si no es capaz de elaborar una nueva política. No una nueva política para una nueva situación, sino una nueva política para una situación lamentablemente vieja que hasta el momento no se ha afrontado. Y no hacerlo lleva a complicar más los problemas y a vaciar el discurso.
Germán Yanke