Para ir sobre seguro, los votantes de Oklahoma aprobaron este mes de manera abrumadora una enmienda constitucional que impide la talibanización del Estado de Oklahoma. En adelante no habrá lapidaciones públicas en Ponca City, no se impondrá el uso del burka en Bartlesville, y no habrá sharia en Lawton.
Hasta los partidarios del referéndum – que prohibía que las audiencias del estado tuvieran en cuenta la sharia en sus deliberaciones – admitían que la amenaza de los 30.000 musulmanes de Oklahoma no es lo que se dice «inminente».
«No es un problema y queremos que siga sin serlo», explica el Senador del estado Anthony Sykes. La ley sharia, según el congresista del estado Rex Duncan, es «un cáncer que debe ser extirpado con una intervención preventiva».
Es un uso novel del código estadounidense – abordar realmente un problema público no, sino burlarse de una minoría religiosa. La enmienda de Oklahoma simula «Salvar nuestro Estado» de las prácticas y creencias polémicas en el seno del islam. Pero el precedente que sienta llega más allá. Tal vez San Francisco pueda declararse «zona libre de cruzadas», por si acaso a alguno de esos intolerantes católicos le da por leer a Urbano II. Si se resisten a ser señalados es que son pro-cruzada. O tal vez el Congreso deba aprobar una enmienda constitucional prohibiendo el satí – la práctica histórica de quemar vivas a las viudas – sólo para advertir a los hindúes. No es un problema, pero oye, queremos que siga sin serlo.
Lo que ha hecho Oklahoma es fanatismo religioso – coger los elementos o los excesos menos atractivos de una tradición religiosa y legislar de forma simbólica en su contra. Un juez federal ha bloqueado previsiblemente la entrada en vigor de la enmienda, que plantea una serie de cuestiones prácticas relativas a los testamentos y la validez de matrimonios contraídos en otros países.
Pero el problema del movimiento anti-sharia es más profundo. En su forma más pura, es extrañamente coherente con las creencias islámicas y los objetivos islamistas. Los activistas anti-sharia aducen que la ley sharia controla cada faceta de la vida de los musulmanes – que la única interpretación válida de la sharia es el opresivo modelo talibán o saudí – y en consecuencia que el propio islam es incompatible con la democracia estadounidense. Los islamistas radicales asentirán con la cabeza a cada una de estas afirmaciones. La acusación de los activistas anti-sharia y la esperanza más codiciada de Osama bin Laden son idénticas: que todo musulmán que se precie es un recluta de sedición.
Ambos se equivocan. La interpretación adecuada de la ley sharia es cuestión de acalorado debate dentro del islam. Hay quienes detienen el tiempo de sociedades en las prácticas culturales de la Arabia del siglo VII. Pero hay otros que identifican un núcleo de enseñanzas islámicas escindible de las premisas culturales del Corán y las enseñanzas de Mahoma. Las naciones de mayoría musulmana adoptan un amplio abanico de enfoques sobre la implantación de la ley islámica, desde la teocracia al secularismo oficial. En el mundo islámico no hay consenso acerca de la naturaleza de la sharia, y no hay Papa que implante una.
Los musulmanes estadounidenses, inmigrantes a veces de sociedades opresoras, en general consideran su religión como práctica crítica y social voluntaria. Sólo aspiran al acomodo razonable público de su religión — la posibilidad de llevar pañuelos, o rezar en el trabajo — parecido a los derechos que se conceden a otras religiones.
¿Es entonces compatible la sharia con la democracia? En la versión totalitaria de los talibanes, no puede reconciliarse con el pluralismo. Pero si la sharia se interpreta como conjunto de principios trascendentes de justicia e igualdad, aplicados en diversos momentos, lugares y sistemas de administración, recuerda más a la idea cristiana y judía de justicia social.
¿Cómo aborda el sistema estadounidense los debates religiosos de impacto público tan enorme? Si las partes se arreglan pacíficamente, el gobierno se mantiene al margen del debate. Si alguna recurre a la violencia — ya sea desde el movimiento de identidad cristiana o el islamismo radical — el gobierno investiga, desarticula y encarcela al culpable. Pero no hace ningún bien suponer que la postura más radical del debate de la sharia es la más auténtica, y luego seleccionarla como blanco de críticas. ¿Qué estrategia puede ser más favorable al radicalismo, que prospera alimentando un conflicto de civilizaciones?
Esta polémica se ve complicada a través de su contexto global — una guerra contra el terrorismo en la que nuestros enemigos están motivados, en parte, por su concepción del islam. Incluso si es un pequeño porcentaje de la comunidad musulmana global, representa una amenaza enorme para América. Esta guerra es muy real — pero perderemos sin aliados musulmanes. Y perderemos esos aliados si América trata al islam como el enemigo.
Michael Gerson