domingo, noviembre 24, 2024
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Economía y confianza

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Se diría, escuchando a los políticos –no sólo a los españoles-, que la única confianza necesaria es la de los inversores que adquieren las emisiones de deuda para que el Gobierne cuente con fondos a precios menos desorbitados de los actuales o de los que se temen para el futuro próximo. No es un objetivo baladí porque en los actuales Presupuestos y en los que se acaban de aprobar para el próximo año el pago de intereses supone un desembolso impresionante que impide, a la postre, atender adecuadamente inversiones y servicios. Sin embargo, la economía no puede funcionar sin la confianza de los ciudadanos, un estado de ánimo –razonado y razonable- sin el que no hay actividad suficiente para crecer y crear empleo. Convendría que los gobernantes no lo olvidaran.

Es difícil conseguir esa confianza sin claridad en los datos y lo subrayo porque demasiado a menudo parece que la estrategia, como tantas otras basadas en la ficción de que los ciudadanos son menores de edad, pasa por maquillar la realidad y, así, animar o sedar a los contribuyentes. Lo que acaba de ocurrir en Irlanda, desde luego, es un ejemplo de falta de transparencia que afecta no sólo a los irlandeses, sino a todos los europeos. Los bancos irlandeses pasaron, como tantos otros, los famosos test de resistencia y ahora son la causa de los problemas. La cifra que se baraja para el “rescate” cambia vertiginosamente cada semana, exactamente como ocurrió en el caso de Grecia. Los irlandeses se quejan de que los representantes de la Unión y el Fondo Monetario Internacional llegaron allí con actitud de inspectores de Hacienda pero, si no se fían ellos de las cifras de los países en dificultades, ¿cómo lo harán los ciudadanos ya sean de ese país o de los que repiten, tras cada caso, que su situación nada tiene que ver con los afectados? Aún nos cuentan que, en Grecia, siguen apareciendo agujeros. En casa, la confusión sobre la situación de las cajas de ahorro, sobre los balances de algunos bancos, sobre la ingeniería financiera de algunas comunidades autónomas se incrementa con sospechas que no son rebatidas o aclaradas del modo que sería necesario.

El Gobierno, en los ajustes o en los gastos, repite que hace un enorme sacrificio, pero el verdadero sacrificio es el de los ciudadanos, trabajadores o empresarios, ahorradores o deudores en una crisis en la que las dificultades indudables para fijar el mapa de la salida se une al obscurantismo sobre la situación real. Hay, sin duda, un esfuerzo por tranquilizar a los inversores en deuda pública y parece creerse que, tranquilizados aquellos, aunque sea temporalmente, los demás deben sentirse confiados y esperanzados. Craso error, a la vista de lo que va ocurriendo y de que los contribuyentes, a diferencia de esos inversores, pagan la deuda y no cobran por ella cada día más. El Gobierno, más allá de creer que el silencio ayuda a sus perspectivas electorales, debe considerar que sólo la transparencia explica las medidas y justifica la confianza.

Germán Yanke

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