lunes, noviembre 25, 2024
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Caos y descontrol

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La huelga salvaje de los controladores aéreos ha conmocionado y enfadado a los españoles durante todo el fin de semana. Además de su indignante actitud, de cuyos aspectos delictivos entenderán los tribunales, los controladores han dado muestra de una capacidad más que llamativa para desprestigiarse socialmente y cerrar las puertas a una negociación de sus reivindicaciones que pueda ser comprendida y aceptada por los ciudadanos. Si ya llevaban tiempo fastidiando –de lo que tienen experiencia cuantos hayan tenido que viajar en avión en los últimos tiempos- en esta operación de chantaje, de tan graves consecuencias, se han hundido ellos mismos definitivamente. Lo que ahora se demanda no es sólo que los aeropuertos funcionen normalmente sino que paguen las consecuencias.

Se ha dicho estos días que el caos generado supone un desprestigio para España y para “la marca España” que no es lo mismo. Lo dudo, no por entusiasmo sino por lo contrario: dudo de casi todo. Desde luego, no es España el primer país que se ve paralizado por las huelgas: Francia, por ejemplo, lo ha estado reiteradamente por la batalla de las pensiones y no se ha venido abajo ni el prestigio de Chanel ni el de la Costa Azul. Lo que, a mi juicio, sí ha revelado este “puente” maldito (o maldecido por los controladores aéreos) es en que se ha convertido la política española. El Gobierno, ante los tremendos problemas con los que se encuentra, ya no puede responder con el “buenismo” ni con la constante apelación al diálogo, que tantas veces fue melifluo, sino con la energía y la imposición de la ley. En esta ocasión, sin duda, ha hecho bien en declarar el estado de alarma, no hacer ninguna concesión a los controladores y poner en marcha los correspondientes expedientes.

En una situación extrema, como ha sido esta, el presidente del Gobierno mantiene la nueva estrategia de la desaparición. La protección que ejerce el vicepresidente Pérez Rubalcaba no parece estar pensada para dejar al presidente, en público, las cuestiones importantes en vez del desgaste cotidiano, es decir, hacer de diana superpuesta para que Rodríguez Zapatero busque un nuevo modo de encarnar la iniciativa en los temas determinantes, sino, sencillamente, la sustitución de un líder agotado. Para demostrar que no es así, el presidente tendría que haber sido el que diera la cara, anunciara y explicara las decisiones trascendentales de estos días.

Y, por último, se ha vuelto a reproducir, en este caso, el lamentable ambiente político que vivimos. La estrategia del PP es, sencillamente, no dar al Gobierno ni agua, lo que estaría bien si, en cada asunto, no se jugase el bienestar y el futuro de los ciudadanos. No se puede establecer la queja de la Oposición en un supuesto conocimiento de lo que iba a pasar –como si el chantaje tuviera que haber sido aceptado de uno u otro modo- y ofrecerse a “mediar” con quienes se pide que asuman las consecuencias de una salvajada como la que se ha hecho estos días. Y el Gobierno, también con un rumor o una tontería en la manga, no puede responder responsabilizado al PP o extendiendo la especia de una connivencia con los controladores y sus actos ilegales. Muy mal fin de semana, como se ve, mucho caos y poco control.

Germán Yanke

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