En la era de Wikileaks no hay lugar a secretos ni tabúes. Como el de afrontar el análisis de un medio, o el de una gestión. Ni siquiera en EiTB, objeto de una identificación plena con el nacionalismo vasco desde su nacimiento, en 1983. Era, en los albores de la autonomía, la televisión de los vascos, un instrumento fundamental para la supervivencia y normalización del euskera, a decir de los portavoces públicos. Este lunes, la Comisión de control del Parlamento de Vitoria oye a los máximos responsables del medio que ha sufrido un desapego social que le ha llevado a sus más bajas cotas de audiencia, fruto de la consigna del nacionalismo desalojado del poder.
¿Es sólo el desinterés inducido de la audiencia nacionalista –boicot, para algunos observadores- el causante del problema? Es claro que no. Hay otras causas reales, como la confluencia del cambio político con la irrupción de otros canales por TDT. Cabe también preguntarse si el tiento con el que se diseñó el cambio para no violentar unos usos durante casi tres décadas restó capacidad para los cambios al equipo dirigente y sembró una confusión en el medio que los hizo inoperables.
Pasar de un mensaje ideologizado a otro más plural sin perder las señas de identidad de un canal autonómico, y una audiencia específica, era demasiado ambicioso para una sociedad en la que pesan los mitos. Porque, como todos los medios públicos, EiTB no se abstrajo de la influencia política de los gobiernos; en su caso, de un nacionalismo que, ora estatutista, ora soberanista, impregnó su lenguaje.
La exigencia de una gestión “profesional” exigida por sindicatos y fuerzas nacionalistas sería natural si quienes ahora la formulan hubieran cuestionado la determinada versión de la historia de la sociedad vasca, siempre lineal, que utilizó demasiados eufemismos para abordar la gravedad de una situación que ha impedido la igualdad de condiciones a partidos democráticos objetivos de una banda terrorista.
Esgrimir, como lo hace el sindicato abertzale LAB -segundo en representación tras el nacionalista ELA-, el empleo de “violencia ideológica” del actual equipo directivo contra los profesionales del medio es irrisorio en un país en el que los adversarios políticos deber de ser escoltados. Acusaciones tras la crisis abierta por la corrección de un vídeo sobre el aniversario del Estatuto, que desencadenó una cascada de protestas y acusaciones de “censura” por parte de una gran parte de los profesionales y que derivó en la apertura de dos expedientes que se han quedado en apercibimientos.
En el periodismo, la confusión se salda con la veracidad. Es la mejor aliada de unos profesionales de un medio público cuyo oficio consiste en transmitir la pluralidad de voces, con el mismo respeto y equidad; en elegir los mejores argumentos de cada cual, con la finalidad de que el espectador cuente con las mejores razones para formar su criterio. Fuera de este proceder, el adoctrinamiento cabalga.
En el país de las treguas, no hay tregua para los actuales responsables del medio, a los que sindicatos y partidos nacionalistas no conceden legitimidad.
Chelo Aparicio