Mi primer recuerdo de Alfredo Pérez-Rubalcaba se remonta a su intervención en la protesta estudiantil de los años ochenta cuyo paradójico y estrambótico símbolo acabó siendo el cojo Manteca. Dicha evocación me deja como síntesis la figura de un hombre que fue capaz de llevar a cabo con éxito y casi aclamación pública la misma acción política, la misma, que a su antecesor (José María Maravall) le había costado el cargo como consecuencia de la furia popular y el clamor de las calles (Bueno, no fue para tanto, pero ya se sabe que hay una secta generacional a la que los estudiantes ejerciendo de vándalos le provoca ternura …).
Tomo como punto de partida dicho recuerdo y, poniendo en práctica lo que Javier Cercas ha denominado “ensayo de comprensión imaginativa del presente” (aunque sin llegar por ello a pensar como el soldado de Salamina que mi verdad moral deba prevalecer sobre la factual), creo poder desentrañar qué es lo que el Ministro del Interior no cuenta. Pienso que nuevamente Rubalcaba asume la hercúlea tarea de llevar a buen puerto el trabajo en el que otro (en este caso otra) fracasó, y que el éxito no está solo en completar la labor, sino en hacerlo de manera un tanto subrepticia, sofocando a poder ser cualesquiera manifestaciones críticas con cierta proyección pública. Tengo el convencimiento de que el rasputín cántabro asumió la función de mantener las líneas calientes con los pistoleros etarras tras el fracaso del proceso de paz que saltó por los aires en el aparcamiento de Barajas. Allá donde la cándida De La Vega se topó con la dura realidad del explosivo plástico que sustituía a las elegantes reuniones al borde del lago Lemán -con esos mediadores profesionales que luego se negaban a destruir las actas de la ignominia-, el incansable Alfredo diseñó una nueva estrategia, propia de su trayectoria, sustituyendo a los metódicos helvéticos por un bucanero intrigante habitual y tomando como línea programática el “laissez faire, laissez passer mais tenez moi au courant”. El gobierno no tiene abierto ningún proceso formal y se limita a seguir las evoluciones de los batasunos según el programa acordado. Cada parte observa cómo la otra va cumpliendo sus tareas y el proceso avanza en paralelo sin necesidad, en esta etapa, de contactos formales. El objetivo básico para los terroristas es el retorno a la legalidad de su trama civil. Jaime Mayor Oreja ya lo anunció hace un año, entre la general indignación escéptica, salvo excepciones como la de esta humilde tribuna.
¿Cuáles son los hechos de los que infiero tales conclusiones? En primer lugar, la soltura y precisión con las que se desenvuelve el despliegue estructural en el bando de los malvados. La frenética actividad de lobby que viene desarrollando el aparato de inteligencia batasuno en diferentes ámbitos sociales, culturales, económicos y geográficos -esfuerzo que en gran parte pasa desapercibido al público y a los medios- tiene como eje principal de comunicación transmitir la idea fuerza de que existe, ahora sí, un verdadero caldo de cultivo para la paz que viene impulsado por diversos sectores sociales y que actuará como pista de aterrizaje para los nacionalsocialistas vascos en la vida en común. Uno de los paradigmas de dicho esfuerzo de persuasión mediática es la del abogado sudafricano Brian Currin, cuya presencia entre nosotros no obedece únicamente a la calidad de la gastronomía vasca y cuya capacidad de acción e influencia no se comprende si no es por la tácita aceptación que desde el gobierno se le otorga y que le ha abierto la puerta de las cancillerías de diversos países, en los que lleva a cabo sus bolos.
También es sintomático el modo en el que se ha venido desarrollando la presentación en sociedad de SORTU la nueva marca paracivil de ETA.
Rubalcaba la recibió con un pronunciamiento público de escepticismo, sin cerrar del todo la puerta a la esperanza. A continuación las actuaciones del gobierno parecen evidenciar una prudente cautela, materializada en la labor de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. De todo ello puede derivar una eventual acción de la Abogacía del Estado tendente a promover la ilegalización de la nueva formación. Pero curiosamente al mismo tiempo el presidente de los socialistas vascos. Jesús Eguiguren, celebró el surgimiento de Sortu (perdón por la redundancia) con la esperanza de que “la sentencia del Tribunal Constitucional sea favorable”. Nótese que en el momento en que lo
dijo no existía atisbo de proceso de ilegalización ni por lo tanto el menor asomo de una resolución en ese sentido de la Sala 61 del Tribunal Supremo contra la cual se hubiese recurrido en amparo ante el Constitucional. Por lo tanto el deseo de Eguiguren parece dejar al descubierto el último hito de un proceso ya diseñado por el cual, una vez puesto en apariencia por parte del gobierno todo el celo posible en el control de la legalidad, ese órgano político denominado Tribunal pero que no siempre tiene que ver con la Justicia, incluso contra el criterio del Tribunal Supremo, acabe por bendecir legalmente a los Sortudos. Así Rubalcaba podrá hacer llegar a Currin el mensaje de que ya ha cumplido con su parte, y Currin tal vez cumpla con la suya y confirme que esta tregua, como decía el Ministro del Interior en el parlamento, sea la última y definitiva.
De este modo, de la mano de los facilitadores (así se llaman ahora los mediadores), se llevará acabo el proceso en el que se entierre la memoria de las víctimas y la verdad, en aras de la tan ansiada paz, sin vencedores ni vencidos y por supuesto, sin dignidad. Dice Cercas que toda interpretación exige imaginación y que ésta, en el ámbito de la opinión periodística, no consiste en la capacidad de inventar hechos sino de relacionarlos. Pues eso.
Juan Carlos Olarra