Decir que nuestros legisladores se ponen a censurar por bagatelas es darles demasiado mérito. De hecho, se están censurando por peces carpa.
«La carpa asiática es una de las especies más invasivas del mundo», predicaba en el pleno el congresista Dave Camp, R-Mich., secretario del Comité de Asignaciones, transcurridas 35 horas de debate presupuestario. «Llegando a pesar 50 kilos y medir dos metros y comiendo la mitad de su peso diariamente, la carpa asiática tiene la capacidad de diezmar a las poblaciones de peces autóctonos de los Lagos».
Eso desde luego parece pescado de los Lagos, y de los pescadores de los Lagos. Pero si cree que los presupuestos se van a equilibrar a costa de la carpa asiática, es que hoy no pican. Y esa es la razón que hace de la censura a las carpas de Camp el emblema del actual debate de los recortes presupuestarios. Todo el proceso no está tan relacionado con mejorar el equilibrio fiscal de la nación como con compaginar los intereses particulares con la política.
Camp siguió adelante: «Estos pozos sin fondo gigantes» – hablaba de los peces, no de sus colegas – «arrasarán la industria pesquera de 7.500 millones de dólares de la región». Su solución: Hacer que los agentes del orden cierren las esclusas que separan el río Illinois del lago Michigan.
El congresista Peter Visclosky, D-Ind., se levantó para manifestar su oposición. «Nadie quiere carpas en los Lagos», dijo, pero «el cierre de las esclusas está fuera de lugar». El de Illinois afirmaba que «Michigan no ha demostrado que la carpa asiática presente una amenaza ecológica a los Lagos que sea inminente».
La congresista Judy Biggert, R-Ill., daba el parte de las posiciones enemigas: «La carpa asiática se encuentra a medio kilómetro de Chicago». El congresista Mike Pence, R-Ind., daba una solución legal a la invasión. En lugar de comenzar su discurso con el lenguaje parlamentario de costumbre, «Tomo la palabra para cumplir con el número necesario de palabras», dijo: «Pido la palabra para cumplir con el número requerido de peces».
La enmienda de Camp fue tumbada.
El presidente de la Cámara John Boehner merece el mérito de tolerar un debate presupuestario libre. Pero el raro espectáculo también revela lo insignificante de todo este ejercicio de recortes. El problema de la deuda de la nación es enorme – pero hasta ahora el Presidente Obama y los legisladores han esquivado los problemas reales, en particular Medicare.
En cambio, regatean por el 36 por ciento del presupuesto llamado «gasto administrativo», y en particular el 13 por ciento que se conoce como «gasto administrativo independiente de la defensa». Hasta en el improbable caso de que los Republicanos de la Cámara puedan obligar a Obama y a los Demócratas del Senado a tragar sus 60.000 millones de dólares en recortes durante el actual ejercicio fiscal, apenas será una parte del déficit de 1,5 billones de dólares de este ejercicio, al mismo tiempo incluso que siembra el caos y deja en el paro a cientos de miles de personas.
Como tal, el debate presupuestario no tiene tanto que ver con recortar el déficit como con marcar puntos: dejar sin financiación el programa Paternidad Responsable (los legisladores discutieron sobre el aborto tres horas de la noche del jueves), desmantelar la financiación federal de la educación, abolir la ayuda exterior y bloquear la implantación de la reforma sanitaria, el régimen de regulación financiera y el reglamento medioambiental.
Con Medicare y el resto de impulsores de la crisis de la deuda a salvo de consideraciones, la labor de los legisladores es un trabajo de chinos.
El congresista Darrell Issa, el caballero en el que los Republicanos han confiado la investigación de la administración Obama, proponía congelar los fondos para estudiar «el impacto del yoga integral sobre los sofocos en mujeres menopáusicas», «la habilidad en el uso del condón por parte del varón adulto» y «si los videojuegos mejoran la salud mental de los ancianos». El congresista Dan Burton, R-Ind., trataba de impedir «la retirada de los caballos salvajes y los asnos en libertad». Los hay que sugerían prohibir las labores de mantenimiento de la residencia familiar de la Casa Blanca, impedir que el secretario del Tesoro viajara, y dejar sin financiación las pantallas cue del presidente.
Los Demócratas respondieron con su propia frivolidad. La congresista de Minnesota Betty McCollum proponía quitar la música de las bandas militares limitando el gasto en música del Pentágono. Logró forzar un debate plenario acerca de impedir que el Pentágono patrocine a pilotos de la NASCAR.
«Esta enmienda es la horma del zapato de mis colegas Republicanos del movimiento fiscal que quieren recortar el derroche», se burlaba. «Tenemos al ejército gastando 7 millones en una pegatina de un coche de carreras».
Del estado de la NASCAR, el congresista Patrick McHenry, R-N.C., se levantaba para protestar. «Esta enmienda es política», se quejaba.
¿No me diga?
Desde luego la política no tenía nada que ver con una fructífera enmienda (inconstitucional desde luego) ofrecida por el congresista Steve Scalise, R-La., para cancelar la financiación destinada a los salarios de los diversos asesores de Obama llamados «zares».
«A los zares yo les digo, ‘¡Nyet!'», aducía el congresista Hal Rogers, R-Ky.
«Cerrar esta fantasía soviética se lo voy a dejar a los caballeros», respondía el congresista Barney Frank, D-Mass.
Ojalá pudieran poner fin a sus fantasías de que combatir a los zares, los condones y las carpas va a arreglar la crisis presupuestaria.
Dana Milbank