El estudio de determinadas informaciones nunca antes reveladas y el acceso a los testimonios de algunos personajes que han decidido romper su silencio después de treinta años me han permitido reconstruir por primera vez la verdadera historia de lo que ocurrió entre los días 23 y 24 de febrero de 1981. La realidad expuesta con toda crudeza y de la forma más sintética es la que sigue.
El asalto al Congreso de los Diputados fue planificado y coordinado por los servicios de inteligencia españoles, en ejecución de un plan preconcebido por algunos personajes significativos que ya estaban dinamitando la UCD y planeando su fuga a las filas del partido socialista. Asimismo contaron con apoyos de las facciones más agresivas de los nacionalismos vasco y catalán. Los objetivos diversos pero confluyentes de tan curiosa alianza pasaban por forzar un golpe de timón del régimen político español hacia la izquierda, por un lado, y hacia la desmembración del poder central del Estado, por otro, reforzando al mismo tiempo la frágil legitimidad de la Corona.
Los servicios de inteligencia españoles, siguiendo las instrucciones de la junta política antes referida, aprovecharon de modo eficaz su infiltración en los movimientos golpistas del ejército español, tan poco representativos como ruidosos en aquella época. Por un lado amplificaron en todo lo posible cualquier manifestación de descontento del ejército, especialmente las derivadas de los asesinatos terroristas, acuñando la consigna del “ruido de sables” que fue eficientemente propagada por los medios de comunicación. Por otro lado dieron una cierta rienda suelta (aunque corta) a diversas iniciativas, absolutamente pintorescas si se consideraban aisladamente, y pusieron los medios necesarios (incluso materiales) para que el día 23 de febrero se precipitasen simultáneamente las actuaciones de varios militares, que no tenían un origen común. La jugada maestra se cerró con un hábil control informativo, incluido un apagón de varias horas, que permitió alcanzar las dosis necesarias de dramatismo que el momento exigía. En tal sentido se utilizó la selectiva fuga de columnas acorazadas, una hacia TVE y otra, teóricamente, amenazando con tomar el palacio de la Zarzuela. Durante esas horas clave se consiguió generar el estado de opinión buscado entre la población (el gobierno y el parlamento secuestrados, el Rey amenazado…) reforzado con las imágenes de los tanques en las calles de Valencia (pareció excesivo y arriesgado forzar su salida en Madrid). A partir de ahí fue fácil gestionar la confusión entre los principales militares implicados, que años después seguían sin entender cómo pasaban las cosas que pasaban si cada uno de ellos creía ser la cabeza de un plan perfectamente diseñado, y poner el broche de oro de la intervención televisiva del Rey.
Los elementos que salían reforzados de esta maniobra eran aquéllos contra los que la asonada se habría dirigido según la versión oficial, es decir la monarquía, la izquierda política y el desarrollo del poder nacionalista y se creaba al tiempo una especie de vacuna destilada de sospecha contra la derecha política y social, a la que se imputaba complicidad “de espíritu” con el recreado pronunciamiento. Todo ello a través de un ingenioso guión, brillantemente ejecutado de manera pulcramente incruenta pero espectacular y cargada de dramatismo audiovisual, de carácter francamente pionero en su especie.
NOTA: Todo cuanto antecede es un puro ejercicio de ficción literaria en el que cualquier parecido con la realidad debe imputarse a la mera casualidad. Si lo prefieren, es pura y llanamente mentira La razón que me ha llevado a darle este formato pseudoperiodístico y esta estructura un tanto orsonwelliana ha sido la lectura de todos los especiales que la prensa escrita española ha publicado estos días, sin poderse resistir al peso de las cifras de aniversario redondas en decenas. El denominador común de la mayoría de tales trabajos han sido tópicos como las entrevistas a “personajes clave que por fin rompen su silencio” o el acceso a informaciones o documentos “nunca antes revelados”. En muchos de los casos la historia subyacente no era sino una especie de trama de guión construida a través de una interpretación libre y desbocada de elementos reales muy distantes de las conclusiones obtenidas, lo que produce resultados que no se alejan mucho del ejercicio seminovelesco
de las líneas que anteceden. Puestos a escribir historias de ficción, me quedo con la mía. Los silencios que no se hayan roto hasta ahora, seguro que se irán con sus dueños y la verdad con la que nos tendremos que conformar será la del sumario, que es la que nos queda en un Estado de Derecho.
Juan Carlos Olarra