lunes, noviembre 25, 2024
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El muro de cristal

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Durante décadas, Europa miraba al muro y al telón con tristeza y desesperanza. Pero insistía una y otra vez en construirse, junto al eje occidental, sobre la contradicción Este Oeste. El impulso socialdemócrata era el pacto social que habría de evitar la reedición del conflicto de clases, o la búsqueda del paraíso al otro lado, por la ausencia de bienestar en este. Sea como fuere, Europa se comprometió activamente en la estrategia de desangrar el mundo de los soviets, instigando la pasión por la democracia, los valores occidentales de libertad y progreso frente a las cadenas que oprimían sin piedad las conciencias de los pueblos apagados.

Venció la libertad contra la tiranía, y aún a pesar de tanta vocación democrática, el baño de felicidades y alegrías celebrado sobre las ruinas del comunismo, trajo alguna que otra cuadrilla del amanecer, mafias diversas y veteranos fascistas que surgían de las cenizas de un pasado reprimido por la victoria del Ejército Rojo. Vale siempre más un minuto de dignidad en libertad que toda una vida de esclavitud bajo el imperio del estalinismo. Y a eso consagró occidente su lucha y de eso, a pesar de lo que sea, debe estar satisfecha, al parecer, la Europa democrática. Salvo en Yugoslavia, claro está.

La vieja tierra de los eslavos del sur no contó con tanto cariño como Polonia o como Chequia, qué le vamos a hacer. Debía de ser por lo extraño del conflicto, la angustia de la memoria, alguna deuda contraída, cosas de la sangre o de la etnia, quién sabe… El caso es que uno siente, de nuevo, una extraña sensación asistiendo a esta nueva revolución de última generación, que cuenta con nuevas herramientas de comunicación que nos hacen más cercana y directa la tragedia de los sucesos y la alegría del despertar. Ya saben, la carrera árabe hacía la libertad más allá de las fronteras. Pero no termino de notar, no sé cómo decirlo, el mismo arrojo dialéctico que presidía el entusiasta proceso aterciopelado que puso fin a la Guerra Fría. Quizá sea también cosa de eso que hemos dado en llamar los intereses de Estado, que en aquella hermosa circunstancia se veían inmensamente mejorados, al parecer, y que en ésta, pues se ven un poco afectados por aquello de la incertidumbre, la diferencia ¿racial?, la cosa nada simbólica de la violencia, quién sabe. Pero falta entusiasmo y clamor de hinchada, tan alegre en aquel entonces.

Será, a lo mejor, simplemente la incertidumbre, la confusa sensación de no haber previsto que la combinación de juventud más hastío, más medios de comunicación podía desembocar en la imprevisible solución rebelde a dos mil millones de años de tiranías avejentadas e insoportables, pero ciertamente estables, previsibles y fácilmente administrables para las relaciones y los asuntos de “interés” con ellos por parte de nosotros, los vecinos avanzados.

Sea como sea, uno no ve la rapidez y la destreza de Alemania, Austria y EEUU, por ejemplo, de 1989, porque, sea como sea, Gadafi, que ha sembrado de irritación el planeta, posee el oro negro y quién sabe cuántos negocios con nuestro colega italiano, además de tener, no hay que olvidarlo, aquello del caballo de Aznar, que es como el caballo de Santiago pero al revés, sin matar moros, claro está.

Pero las revoluciones seguirán, no tengan duda, pasarán por nuevas fases – la dictadura militar egipcia-, se sobrepondrán a los traidores que las querrán fagocitar, y terminarán por ganar, no por determinismo, sino por necesidad. Porque si no ganan los jóvenes rebeldes, si no gana el pueblo humillado, entonces, la cosa del interés, los asuntos de la conveniencia europea y todo ello, serán la base de un nuevo odio para las nuevas generaciones que ya idearán la manera de aplicar una, cómo decirlo, nueva venganza, por el abandono, ya se imaginan.

Sobra arrogancia occidental; sobra la tan visible apariencia que tenemos, y las falsas expectativas que alimentamos con el verbo fácil de siempre y los principios escasos cuando toca aplicarlos de inmediato, como ahora. No olviden que en el siglo XXI si nosotros los vemos, ellos también nos ven a nosotros. Aquí no hay muro, ni siquiera un espejo que devuelva la imagen haciendo creer que todo el mundo es igual: todo se ha tornado cristal, y nadie puede esconderse. Como hicimos en Yugoslavia, no lo olviden.

Rafael García Rico

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