La nutrida actualidad y conmemoraciones de estos días han eclipsado otras noticias a las que no se les ha dado el tratamiento, tiempo y espacio que requerían. Podría ser el caso del enésimo rifi rafe entre la diputada Celia Villalobos y el Presidente del Congreso, José Bono. Con independencia de su militancia política adversa, esa no es la causa, entre ambos no fluye, precisamente, la química y sí una manifiesta antipatía que hace tiempo entró en el territorio del “mal rollo” personal. Pero esa no debería ser la cuestión, pues los sueldos que ambos perciben, y las pensiones que cobrarán, son lo suficientemente importantes como para que dejen a un lado su comportamiento propio de patio de colegio y se dediquen a trabajar por lo que les pagamos. Las personalidades y los egos de ambos, sin embargo, se encuentran a tal altitud que tocar tierra y hacerlo con mesura les resulta realmente difícil. El problema, que es suyo y solo suyo, no debería repercutir en los ciudadanos.
El último episodio de desencuentro, ya lo habrán leído y escuchado, viene a propósito de dos calificativos empleados por la diputada Villalobos: “tontitos” y “fascita” referidos, según todas las evidencias a los discapacitados y a José Bono. El colectivo de discapacitados ha puesto el grito en el cielo, y con razón, por semejante falta de sensibilidad que considera injustificable y el Presidente del Congreso, en su vertiente “episcopal”, únicamente ha pedido que “Dios la perdone”.
Celia Villalobos, sabedora de su metedura de pata se ha prodigado en ofrecer explicaciones sobre lo uno y sobre lo otro, pero en cada intento por arreglarlo lo ha estropeado. Es lo que suele ocurrir cuando se habla más de la cuenta y se tiende a trivializar por afición. Las consecuencias suelen ser peores.
Para negar que llamara “tontitos” a los discapacitados se ha justificado en que, en la Junta de Portavoces se expuso “la contratación de cinco personas y una con una discapacidad del 30%, y eso para mí es como hacer una distinción entre listos y tontos, porque creo que todos deben tener las mismas posibilidades si se lo han ganado”. Eso es entrar en un terreno peligroso y mejor que hubiera callado, ya que la diputada Villalobos sabe perfectamente que si estas personas no recibieran una protección del Estado jamás llegarían al mercado laboral, e instituciones como el Congreso, son las que deben promover esta integración.
En su otro intento de enmendar el insulto a Bono, captado por las cámaras de televisión, tampoco puede decirse que haya estado muy acertada. Además de ampararse en el tópico de que era un conversación privada –sobre eso habría mucho que discernir- Celia Villalobos busca el recurso fácil de que “la RAE define la acepción “fascista” como persona que abusa de la autoridad, y eso es para mí lo que representa Bono, un hombre arrogante y prepotente”. Al manchego se le podrá acusar de muchas cosas, pero no de pecar en arrogancia porque si echamos mano de la RAE, como ha hecho la señora Villalobos, además del significado peyorativo que le ha dirigido, también encontramos que arrogante es persona valiente y briosa, y no parece que estuviera pensando en esas acepciones.
En todo caso, pura demagogia y huida hacia adelante de quien no ha tenido ni la virtud ni el coraje, no ya de pedir perdón, sino ofrecer sus disculpas por la doble equivocación, especialmente la primera. Un episodio que, por cierto, no ha gustado nada a muchos de sus compañeros de partido los mismo que, no hace muchos años, la arroparon y defendieron cuando otro político igualmente desprovisto de sentido común y de la oportunidad, aludió a la esbeltez de sus piernas, como “las mejores del Congreso” en un burdo comentario e intento machista de menospreciar su capacidad intelectual y política.
A la señora Villalobos no le habría venido nada mal un poco más de memoria y el doble de mesura. Si cada uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras, Celia Villalobos va a estar mucho tiempo sin liberarse de las cadenas.
Editorial Estrella