Y la Presidenta enfermó. Lo supimos una buena mañana de febrero porque la propia Esperanza Aguirre entendió que había que informar del motivo que la iba a mantener unos días apartada del ejercicio de su cargo. Y acertó al menos en parte. La que ha sido sin duda una de las noticias de los últimos días ha tenido, en mi opinión, cuatro efectos y no todos beneficiosos.
Efecto 1: la normalización de la enfermedad y el ejemplo. Los expertos en la materia insisten en que conviene acabar con la estigmatización del cáncer, de la persona que padece esa enfermedad mortal en muchos casos aunque, por suerte, cada vez más débil ante la ciencia. El anuncio de Esperanza Aguirre puede constituir un paso más en ese camino. A la confesión, la Presidenta de la Comunidad de Madrid le sumó el consejo: que todas las mujeres acudan con regularidad a su ginecólogo porque en la prevención residen las posibilidades del éxito, de la curación. Buen consejo aunque en el caso de Madrid, de su sanidad, cargado de matices. En los días que siguieron al anuncio de la propia Aguirre, los oyentes de ‘La ventana de Madrid’ nos trasladaron las muchas dificultades que se encuentra una mujer en esta Comunidad cuando pretende someterse a una de esas revisiones ginecológicas rutinarias. Así que la voluntad ejemplarizante de Esperanza Aguirre topó con la realidad del sistema sanitario de la Comunidad que preside. Un buen consejo, sin duda, aunque tal vez en un lugar equivocado.
Efecto 2: el exceso de información y la ruptura de los límites éticos. Una vez conocida la situación por la que atravesaba Aguirre el periodismo se puso en marcha pese a que, en mi opinión, poco más debíamos saber de todo este proceso salvo el resultado de la operación a la que iba a ser sometida. Conocimos casi de manera inmediata el lugar de la operación, la fecha, los cirujanos que iban a intervenir, quién acompañaba a la Presidenta en esos momentos. Nos relataron con detalle las horas que precedieron a la intervención, las horas que la Presidenta vivió después de salir del quirófano. Nos describieron casi cada instante de quien, en este trance, debería haber sido una paciente más del Hospital Clínico, una mujer más que se enfrenta a la amarga realidad del cáncer de mama y que decide superarla, como miles de mujeres cada año, con las dosis necesarias de valor, coraje, decisión, valentía. Y una mañana nos encontramos en la portada de un diario la imagen robada de la Presidenta en una camilla, a la salida del quirófano, vestida como cualquier otro paciente, acompañada de sus familiares como cualquier otro enfermo. Se había consumado el exceso.
Efecto 3: el enfado ciudadano. Era inevitable que los madrileños durante estos días se formaran una opinión por comparación. Esperanza Aguirre decidió, no podía hacer cosa diferente, operarse en un hospital público. Entre el anuncio y la intervención apenas pasaron unas horas. Y el madrileño de Coslada, la madrileña del barrio de Aluche se preguntó si acaso la sanidad pública no hacía distingos entre la Presidenta y el resto de ciudadanos. Y el nivel de queja se elevó hasta llegar al relato de otros enfermos insatisfechos con los tiempos de espera. Y puesto que en la enfermedad la medida del tiempo queda distorsionada, nadie puede ni debe negar el derecho de queja, de protesta a quien se haya sentido víctima en alguna ocasión de los defectos del sistema. No hay duda de que la Presidenta no es una paciente cualquiera. Y no debería ser esa la discusión sino si el resto de los madrileños tienen motivos para reclamar una sanidad mejor, más eficaz, más rápida, más amable.
Efecto 4: el reforzamiento de la imagen pública entre sus simpatizantes. Hay quien estos días ha visto cierto interés político incluso electoral en la gestión de la enfermedad. No creo que sea el caso aunque reconozco que entre el anuncio y la salida del hospital se ha trasladado a la opinión pública la imagen de una política que trabaja incluso en un momento difícil. Las señales de debilidad humanizan, fortalecen ante los ojos de sus simpatizantes el perfil de Aguirre. El mejor ejemplo de esa idea trasmitida ante los medios fue aquel consejero que aseguró que lo que debían extirpar a Esperanza Aguirre es el teléfono móvil.
Pedro Blanco