Haber sido amigo de Gadafi parece una característica común de todos los dirigentes de países que necesitan petróleo. Lo que era evidente se ha mostrado estos días de modo tan descarnado que sólo cabe la rabia y el desencanto. Seguir siendo hoy amigo de Gadafi, sostener su régimen y su política, implica una coincidencia totalitaria con sus métodos que va más allá del supuesto pragmatismo de los negocios y los intereses. Por eso, las muestras de apoyo de político como Hugo Chávez y Fidel Castro resultan escandalosamente significativas.
En el caso de Cuba, además, parece que, con el foco puesto en Libia, la dictadura castrista (Fidel como Gadafi, Raúl como Saif al Islam) ha aprovechado para dar una nueva vuelta de tuerca en la represión de los disidentes. Mientras se “informa” en la isla de la “calma”, en las calles de Trípoli se limita o se impide en el acceso a Internet, se insulta a Yoani Sánchez en Gramma… Mientras se alaba al criminal libio se aprovecha el aniversario de la muerte de Orlando Zapata y los actos de homenaje para practicar nuevas detenciones (incluida durante 12 horas la de la propia madre de Zapata), desapariciones temporales de opositores, etc. Mientras se oculta lo que pasa en las dictaduras árabes, dos agentes de la seguridad cubana, infiltrados durante tiempo en el seno de las Damas de Blanco, aparecen en la televisión con una sarta de calumnias contra ellas. Y la cosa, la de siempre, sigue.
Todo ello, sin duda, responde a dos impulsos del castrismo. Uno, la represión constante. Sí, constante aunque la barra que golpea se esconda a veces en algunos gestos aparentemente dirigidos a la distensión. Otro, la propia debilidad de la dictadura, que reacciona con brutal torpeza ante una oposición que tiene la razón y, por lo tanto, tiene el futuro.
Conviene, ahora que todos contemplamos con tanta admiración la rebelión de los ciudadanos de muchos países, no olvidar Cuba y prestar atención y ayuda a los opositores de una dictadura que, como se va viendo de la mano de Raúl Castro, sólo quiere dar la apariencia de cambio para mantener el régimen como está. Conviene, sin duda, pensar en que quienes han mirado con benevolencia a una dictadura tan atroz y aún siguen sosteniéndola con ardor o con miedo, quizá tengan que enfrentarse pronto al mismo oprobio que ahora zarandea a los amigos de Gadafi. Y, aunque no sea así, conviene que, con Cuba al fondo, la política exterior y la solidaridad de los ciudadanos esté siempre, al menos dese ahora, con una disidencia que cada día da muestras de valentía ante la opresión y la represión. Cuando miramos a Libia, a Túnez, a Egipto, etc., Cuba está al fondo.
Germán Yanke