“Ahora tengo dos referentes: Esperanza y Uxue”, dice Teresa, una mujer que ha iniciado su primera sesión de quimioterapia tras serle extirpados dos tumores en ambos senos.
Mientras relata las nuevas sensaciones del tratamiento, se fija en el diagnóstico de cada una de las políticas; en poco tiempo se ha hecho una experta. Teresa es jovial. Acaba de jubilarse tras décadas de impartir clases de Historia en un Instituto de Enseñanza Media y desprecia el impulso de maldecir a la vida por brindarle un cáncer al despedir su vida laboral. Aunque no siempre esté a salvo de la tentación, claro está. Así que ha emprendido otra tarea que la de enseñar a los chicos: Luchar con empeño para ganar. Porque ya no es lo mismo, ahora hay esperanza. “Esto se cura”, dicen los médicos a las mujeres con cáncer de mama, cuando han llegado a tiempo.
No hay mejor campaña preventiva contra el cáncer de mama que las mujeres que ostentan una responsabilidad pública compartan ese diagnóstico –un rayo seco- con todas las demás. Gracias. Ahí están Esperanza Aguirre, Uxue Barkos, como antes lo hicieron María San Gil y Luz Casal. Ana Palacio y su hermana Loyola nos enseñaron también que el abordaje público de la enfermedad borra los estigmas que la impregnaban. Algo así hicieron también otros hombres como el incombustible Iñaki Azkuna.
Huelga hacer especulaciones –porque de todo hay- sobre la instrumentalización pública de esta situación o la rentabilidad política del hecho, en función de cómo nos caiga la protagonista, pues denota ignorancia y resulta infame.
Porque hay días, como cuando vimos el gesto emocionado de la presidenta de la Comunidad al reencontrarse con los suyos, tras haber anunciado su diagnostico en público con una sonrisa, o cuando observamos el gesto contraído, pero firme y digno de Uxue Barkos, que es posible pensar que no han pasado treinta años sino que hemos recorrido siglos. Gracias a todas.
Chelo Aparicio