Desde el Robinson Crusoe de Daniel Defoe, pasando por los magníficos desarrollos de Jules Verne (Escuela de Robinsones y, sobre todo, La Isla Misteriosa) hasta incluso la recreación cinematográfica de Robert Zemeckis en el año 2000 protagonizada por Tom Hanks, nos encontramos ante un género artístico, a veces denostado por aquéllos que creen que una novela debe ser sobre todo algo que no lo parezca, pero que nos ofrece, además del placer inmediato de su lectura, importantes beneficios colaterales. El primero de ellos es que normalmente tales piezas narrativas se convierten en pioneros manuales de supervivencia, en los que encontramos muestras de ingenio y habilidad pero, fundamentalmente, descubrimos el mensaje positivo que fomenta el espíritu de superación frente a la adversidad y nos señala la marca de la dificultad como verdadera medida de nuestras capacidades, que afloran en situaciones extremas. Además, el género de las historias de náufragos en sentido amplio sintetiza un mensaje esencial, radicalmente humanista, que es la confianza en la capacidad de ingenio como motor del progreso, que al final es la única herramienta que garantiza el futuro de la humanidad. Y ello, por oposición a teorías neosalvajistas o neoanimalistas, que destilan una especie de panteísmo infantil y que consideran el desarrollo científico y tecnológico como una suerte de declaración de hostilidades entre la tierra y la humanidad.
De las últimas medidas anunciadas por el Gobierno (digo anunciadas porque este ejecutivo ppt es muy dado a hacer público el contenido de decisiones a través de comparecencias pero no a través del BOE) se deduce que sus miembros carecen del espíritu inventivo recreado a las novelas que antes hemos citado y que precisan urgentemente matricularse en la escuela de robinsones de Monsieur Verne. Pretendemos combatir la escasez de recursos a través del racionamiento de los mismos, tratando de obviar la evidencia de que por más que los estiremos, los recursos son limitados y el tiempo, hasta donde sabemos, no lo es. Literalmente el Gobierno propone ir más despacio justamente ahora, cuando estamos en una situación de estancamiento, muy próxima a la parálisis total. Y nos pretende poner como ejemplo a otros países que, precisamente por la situación de parálisis, proponen ir más deprisa. El Consejo de Ministros se ha dado cuenta ahora de que España tiene una enorme dependencia energética, y en vez de proponer alternativas de innovación y progreso (por favor, no me vengan con las renovables, que son pura subvención para solaz financiera de unos pocos), nos dice que consumamos menos energía, al tiempo que paradójicamente quiere que consumamos más productos… Está claro que a pesar de su formación química, Rubalcaba no es Cyrus Smith.
Tengo vivo en mi recuerdo -supongo que porque lo leí con una edad demasiado temprana- el libro titulado ¡VIVEN! que narraba el trágico suceso del accidente de avión de un equipo uruguayo de rugby en la cordillera de Los Andes a principios de los setenta. Más allá del episodio de la antropofagia extrema y obligada que generó el interés más morboso, el libro aborda, a través de los testimonios de los protagonistas, las diferentes actitudes de las personas en situaciones de extrema adversidad e incertidumbre. Y cuenta perfectamente cómo los primeros líderes de aquel grupo se quedaron estancados en la posibilidad de racionar unos recursos notoriamente insuficientes en espera de que viniese el providencial rescate. También narra como otros miembros del grupo, con más espíritu imaginativo y de progreso, marcaron las pautas, algunas de ellas muy dolorosas, que permitirían a aquel conjunto de seres humanos perdidos en un desierto de nieve salvarse por sí mismos.
Queda fuera de toda duda que esta cuestión desborda la mera acción del gobierno y se extiende a la totalidad de los ciudadanos. Si no recuperamos nuestro espíritu robinsón y aprovechamos la adversidad para tomar la medida de nuestras capacidades inventivas, de nuestras potencias de progreso, nos quedaremos sentados en la playa, cortando pedacitos cada vez más pequeños de nuestro único trozo de alimento y esperando ver aparecer en el horizonte la silueta de un barco que dé respuesta a aquél angustiado mensaje que metimos en una botella.
Juan Carlos Olarra