Japón nos tiene conmovidos y alarmados. El desastre no ha podido ser mayor. Muertos, desparecidos y cientos de miles de vidas truncadas. Pese a ser un país excepcionalmente preparado para los terremotos, los tsunamis no tienen prevención alguna, salvo, si da tiempo, huir de la orilla del mar. Nadie ni nada puede evitar que el mar se encabrite y degulla todo aquello que alcanza. La mano del hombre bien poco puede hacer.
Más cerca, apenas a tres horas de avión, miles y miles de ciudadanos libios están muriendo gracias a la fortaleza armamentística de un bárbaro como Gadafi, incapaz de la más mínima piedad. Estos muertos, los libios, si son evitables y además les tenemos al lado. Poco a poco Gadafí está ganando. Le queda por hacerse con la ciudad de Bengasi. Todo lo demás ya es suyo. Y mientras esto ocurre, Europa reflexiona sobre qué hacer.
La guerra nunca es buena. Se sabe como empieza pero no como termina ni cuando termina. Ahí están los ejemplos de Irak y Afganistán pero entre la intervención directa y la estéril reflexión debe haber, hay, un camino intermedio, acciones de disuasión y asistencia. Europa, absorta en sus problemas del euro, enredada en sus perplejidades y complejos hasta el momento solo sabe reflexionar no se sabe muy bien en qué dirección.
La cuestión debe estar en hacer lo que el Consejo de Seguridad de la ONU estime pertinente. En este Consejo tienen derecho de veto la dictadura China—cada día más horrible—y el poco fiable régimen ruso. Y tienen este derecho en igualdad de condiciones que lo tienen democracias asentadas como Francia, Inglaterra o Alemania. No se trata de prescindir de la ONU, pero sí de establecer una reflexión profunda sobre su efectividad y eficacia. Ver y escuchar a Ban Ki Mon pedir por favor a Gadafi que deje de ser tan malo resulta tan ridículo como patético.
Pero si la ONU peca de inoperancia, Europa no le va a la zaga. Hasta el momento solo sabe dar vueltas sobre sí misma, incapaz de tomar una decisión que de verdad haga temblar a Gadafi que en nuestras narices, en las narices de todos, está ganando la batalla.
Los tsunamis no hay quien los pare. No entienden de advertencias ni de amenazas pero aquellos que a tiro de piedra de nuestra embobecida se dedican a masacrar a sus conciudadanos deberían saber de antemano que sus batallas están perdidas porque los demás no vamos a consentir que las ganen. Gadafi tiene todos los boletos para ganar esta cruel batalla y su triunfo será nuestra vergüenza.
Charo Zarzalejos