Me gusta la periodista Ana Pastor. Lo tiene todo para ser una de las grandes aunque, a veces, le sobre esa obsesión suya por justificar su sueldo. A veces, se empeña en demostrar a sus jefes de TVE que es la chica más progre de aquella sectaria casa y se lanza a degüello sobre los políticos del PP lo que no deja de ser más que una tontería, producto de ese periodismo tan pobre que todo lo inunda. Y digo tontería porque Ana no lo necesita para demostrar lo buena que es.
Dicho esto, y tras haber ganado a Pepa Bueno una batalla calificada de lobas -según se comenta en los pasillos de Prado del Rey- Ana Pastor se desplazó a Teherán a hacerle una entrevista al sátrapa iraní Mahmud Ahmadineyad. Nadie entiende un gesto y un gasto así en una casa en ruinas salvo que haya sido por imperativo de esa izquierda cada día más casposa que la dirige con el objeto de justificar lo injustificable. Pero lo cierto era que, para Ana, la entrevista iba a significar un reto. Ella, tan progre, iba a entrevistar a uno de los dirigentes más reaccionarios de la tierra y eso iba a ser muy duro para su reputación.
Necesitaba un gesto. Lo hizo. Enhorabuena, Ana.
Pinocchio