La diplomacia internacional está en marcha y todo va siguiendo el curso habitual en las relaciones internacionales. En los últimos años se ha acumulado una intensa experiencia en cuanto a las actuaciones de la comunidad de naciones en aquellos lugares que padecen conflictos bélicos, episodios salvajes de represión, limpieza étnica o saqueo organizado de recursos en aquellos países en situación de crisis.
Ahora, pendientes de la tragedia de Japón, asistimos a un angustioso dilema mundial sobre el uso de la energía nuclear, mientras el pueblo nipón nos enseña modales, paciencia, prudencia y serenidad para afrontar el mayor desastre de su existencia desde la Segunda Guerra Mundial. Asolados por el desastre natural, padecen ahora la incertidumbre de ver hasta dónde llegan las consecuencias del desastre de su tecnología nuclear. Terrible.
Y ahí están, ellos contra su desastre y nosotros preocupados, como es lógico por otra parte, por las consecuencias que podemos pagar en nuestras propias carnes. Comisarios europeos aparte, la catástrofe nuclear es ya una realidad trágica que deja en lugar anterior al tsunami o al terremoto de escala nueve. Todos nos mostramos solidarios y comprensivos, y aunque es la primera vez que no vemos a nuestros perros husmeando entre los escombros, ni los aviones de la cooperación llevando toneladas de ayuda humanitaria en sus panzas, ni a una pareja de memos haciendo el asno en la tele mientras la gente afloja calderilla en plan benéfico en un telemaratón, el terremoto ha concitado calor humano y afecto solidario con el país y con su pueblo.
De esta manera, el foco de atención ha pasado de la revuelta árabe a la tragedia natural, y el fulgor revolucionario de los libios ha sido engullido por la arena del desierto en esta sociedad de la información instantánea y los cronistas de urgencia. La lentitud habitual de nuestro modelo de relaciones internacionales, ha sumido en el abandono a la población libia, de quienes habíamos dicho que eran un pueblo valiente y entregado a una causa justa en su lucha contra el tirano.
Cuando las instituciones internacionales adopten un acuerdo, sospechosamente lento en su conclusión, los libios habrán vuelto a estar bajo el control del líder criminal del que tantas barbaridades hemos dicho sin pasar a la fuerza de los hechos. La cosa es que la inmediatez manda para informarnos del apocalipsis que está por venir en el Japón, pero el hecho cierto es que mucho me temo que para un pueblo que creyó en su oportunidad, el apocalipsis ya ha llegado.
Nadie ayudará a los libios a tiempo. Eso ya es un hecho, aunque no sea radiactivo.
Rafael García Rico