martes, noviembre 26, 2024
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Contenidos sin barreras

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El presidente de los productores españoles, Pedro Pérez, lo tiene tan claro como el dimisionario Álex de la Iglesia: el cine debe estar en las salas y en internet. Los contenidos deben estar en las nuevas pantallas. Y hoy son ubicuas, móviles y personales. Cuanto más lejos esté el cine y la televisión de ellas, más lejos estarán del público.

En Estados Unidos la pelea por dominar las nuevas pantallas agrieta los cimientos de una industria acostumbrada a ganancias escandalosas. Time Warner ha lanzado una aplicación para ver sus canales de cable en el iPad al grito de más libertad para más pantallas y las cadenas protestan en una lucha sobre quién es el dueño de los contenidos y quién puede explotarlos en los nuevos aparatos.

Amazon ofrece un servicio de cloud computing para que los usuarios suban sus contenidos a la nube y acceder a ellos desde cualquier aparato. Los grandes de la música se revuelven reclamando licencias y pago por contenidos que ya son del público, sean comprados, compartidos o personales.

Warner Bros profundiza en sus experimentos para llevar el cine a las redes sociales y añade cinco películas más en su videoclub de Facebook para que los usuarios no se dediquen sólo a conversar.

La televisión y el cine son personales. Cada vez más dejan de ser la experiencia familiar de la salita de estar o la colectiva de los cines para buscar las pantallas más íntimas. Vídeo bajo demanda, compartido con quien se quiera en la infinitud del ciberespacio, sin las obligaciones de la cercanía carnal. Pantallas donde los usuarios puedan acceder a todos sus contenidos, sin barreras de cómo y a quién los hayan adquirido. Un derecho tan sencillo como poder disfrutar del cine, la música o los libros sin depender del canal o el aparato de compra o acceso. Un derecho básico de los consumidores conculcado por quienes quieren mantener un control excesivo del negocio.

“Este año toca el cambio de modelo de negocio”. La frase del presidente de los productores en el Festival de Málaga retumba en los despachos del negocio audiovisual desde hace tiempo. Lo pide la audiencia, muchos creadores cuyas obras no llegan a las grandes pantallas para estrenarse y los que quieren rentabilizar su catálogo. Las cadenas aumentan su oferta de vídeo a demanda y todos vigilan con el rabillo del ojo el empuje de empresas como Netflix, que ha pasado de alquilar DVD a convertir su streaming de películas en un éxito que conquista a los clientes de las pantallas híbridas, conectadas a la red.

El negocio cambia. El cine y la televisión siguen teniendo el poder de convocar al gran público. La música se oye y se disfruta en directo, aunque cada vez menos estén dispuestos a seguir comprando CD. Las historias y las estrellas siguen fascinando, pero o corren detrás de las pantallas y la demanda de contenidos al instante o quedarán arrumbados en las butacas más incómodas. El público no sabe de ventanas ni de derechos, pero sí de gustos. Y reclama satisfacción, al instante, en su pantalla más querida. Sin someterse a la esclavitud de ligar los contenidos a los soportes cuando la tecnología permite liberarlos y disfrutarlos de la forma más cómoda para cada usuario.

Juan Varela

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