Joaquín Sabina es un gran poeta. Un gran compositor. Un regular cantante, tirando a malo, y un chulo. Pertenece a esa tropa de artistas a los que unos cuantos les ríen las gracias confundiendo talento con mala educación, pero que esos artistas toman como patente de corso.
Dicen que Sabina hace música canalla. Que él, incluso, es un canalla, usando el término como un halago. Y el problema es que Joaquín se lo cree. Él se cree un rebelde porque el mundo lo hizo así. Se siente un personaje de cine negro. Y es posible. Pero, desgraciadamente, de serie B.
Ahora se ha fumado un cigarrillo durante una rueda de prensa en un lugar prohibido. A él nadie le puede prohibir nada. Está por encima del bien y del mal. Un cigarrillo que le podría costar al Hotel Sheraton de Montevideo una multa de 11.000 dólares. La ley antitabaco uruguaya es muy dura contra los fumadores públicos y allí está para cumplirse.
Pero eso no le importa a Sabina si su ego ha subido 11.000 peldaños. Que se joda el Sheraton. A fin de cuentas es un hotel de una cadena yanqui.
La única duda que me queda es saber si esta chulería se ha debido a un ataque de celos o no. Porque, si hace unas semanas hizo lo mismo Catherine Deneuve en el hotel Santo Mauro de Madrid y Kate Moss en la pasarela de París mientras desfilaba con un modelo de Louis Vuitton, no me extrañaría que él haya querido ser igual en Uruguay.
Espero que no. Porque la comparación, además de una blasfemia contra el buen gusto, sería un atentado contra los sueños.
Pinocchio