Tom Donilon, asesor de seguridad nacional del Presidente Obama, tiene fama de «metódico», que significa que dentro del Consejo de Seguridad Nacional lleva un proceso ordenado de toma de decisiones, y de «aficionado a la política» con debilidad por el legislativo y los medios.
Ahora, enfrentándose a la cundida crisis de la primavera árabe, Donilon se ha tenido que transformar en el «legislador aficionado» definitivo, al coordinar la estrategia de la administración para abordar una revolución que va a alterar durante décadas el mapa de la política exterior.
La estrategia estadounidense sigue siendo una labor pendiente. Ése es el consenso que reina entre los destacados seguidores de Donilon dentro y fuera del ejecutivo. El asesor de seguridad nacional ha tratado de modelar el apoyo intuitivo de Obama a los revolucionarios árabes transformándolo en un discurso coherente. Pero a medida que se desarrolla la crisis, han ido surgiendo tensiones entre los intereses estadounidenses y los valores, y el gabinete del Consejo de Seguridad Nacional más orientado a la comunicación ha dado imagen en ocasiones de oscilar entre las dos cosas.
«El acento se pone más en la forma en que se interpreta que en lo que se hace», dice un veterano amigo de Donilon. Reconoce el mérito de Donilon como «figura de tintes políticos muy despierta» que ha llevado orden al proceso de planificación. Pero advierte: «Tom no es un estratega. Es un político. Eso es lo fundamental de lo que hace y de lo que es».
Otro integrante del círculo de íntimos reconoce igualmente el mérito de Donilon «al no dejar en el tintero ninguno de los principios fundamentales del proceso de decisión». Pero teme que esta Casa Blanca esté demasiado centrada en «la gestión publicitaria del mensaje».
Las revueltas multitudinarias de Egipto, Bahréin, Libia, Yemen y ahora Siria plasman la tensión entre los intereses y los valores estadounidenses, y Obama se ha decantado en sentidos diferentes. Con Egipto y Libia, la Casa Blanca optó por los valores y apoyó la rebelión y el cambio; en Bahréin y Yemen, la administración, aunque simpatizante de la reforma, se ha decantado por sus intereses en la estabilidad de Arabia Saudí, vecino de Bahréin, y de Yemen, aliado contra Al-Qaeda.
La mezcla es pragmática, lo que parece idóneo tanto para Obama como para Donilon. Pero aún así en ocasiones frustra a los ideólogos de ambas partes que pretenden ceñirse más a un único sistema. Mi intuición dice que la Casa Blanca hace bien en ser pragmática, y por esa razón debería de evitar realizar tantas intervenciones públicas: Es una crisis abierta, cada país plantea un conjunto diferente de cuestiones; el enfoque de la política única válida para todos sería un error.
La prueba de fuego más importante podría venir en Siria, donde el Presidente Bashar al-Assad ha iniciado una campaña despiadada. Los intereses y los valores estadounidenses coincidirían en la caída de Assad en este caso, aliado árabe clave de Irán y garante de un régimen represor antiamericano. Pero hay peligros: la caída de Assad podría provocar un baño de sangre sectario. Hasta el momento, Donilon parece tratar de seguir un rumbo intermedio con el fin de permitir la máxima flexibilidad norteamericana.
Durante una entrevista mantenida en su oficina del Ala Oeste la pasada semana, Donilon presentaba su marco estratégico básico. Empieza por la debilidad intuitiva de Obama en estas cuestiones. Allá por enero, cuando comenzaron las revueltas árabes, Obama llamó la atención a sus sucesores del Consejo, preocupados por otras cuestiones: «¡Hay que ponerse con esto!»
Donilon cita cuatro líneas maestras que desde entonces han marcado la respuesta de la administración: En primer lugar, la revuelta árabe es un suceso «histórico», comparable a la caída del Imperio Otomano o la descolonización post-1945 de Oriente Próximo; en segundo lugar, «ningún país es inmune» al cambio; en tercero, la revolución tiene «raíces profundas» en la mala administración pública, la demografía y las nuevas tecnologías de comunicación; y cuarto, «se trata de sucesos propios de la zona» que no pueden ser marcados por América, Irán, ni ninguna otra potencia exterior.
Donilon también destaca que este proceso de cambio se encuentra en sus albores. «Nos encontramos en las primeras fases», dice advirtiendo que Estados Unidos debe tener cuidado de no adoptar ahora medidas que pudiera lamentar más adelante, a medida que la situación cambie y surjan nuevos actores.
Una útil toma de contacto para Donilon fue su visita a Arabia Saudí a principios de este mes, traumatizada por el abandono por parte de Obama del Presidente egipcio depuesto Hosni Mubarak y por el apoyo inicial de Estados Unidos a los manifestantes chiítas de Bahréin. Donilon se reunió con el monarca saudí Abdaláh durante más de dos horas y le entregó una carta personal de Obama. El mensaje tranquilizador, dice, abordaba «el vínculo que mantenemos en una relación de 70 años apoyada en intereses estratégicos compartidos».
Donilon está preocupado ahora por Siria. No quiere dar detalles políticos pero dice que la administración va a seguir sus principios básicos de oponerse a la represión violenta y apoyar de forma activa las reformas. Dice que Assad cometió un error catastrófico al mostrarse «acatarrado» con el cambio. En cuanto a una intervención de corte libio, Donilon parece dudar de que la opción militar en Siria se contemple o sea conveniente.
David Ignatius