Cuando cubría la Casa Blanca de George W. Bush, mi labor se veía facilitada gracias a la simplicidad de la cuestión. El presidente tenía contados mantras definitorios – ¡Bajar los impuestos! ¡Movilizar al electorado! ¡Los terroristas odian la libertad! ¡Con nosotros o contra nosotros! – y la mayoría de sus decisiones se podían entender, anticipar incluso, aplicando una de las filosofías retorcidas al extremo.
Con el Presidente Obama no hay esos lujos. La derecha política está confusa mientras intenta buscarle explicación: Primero Obama era un tirano y un socialista; ahora es un individuo sin personalidad que se niega a liderar. La izquierda política está confusa casi en la misma medida, exigiendo conocer el motivo de ceder tanto en materia sanitaria y en las negociaciones presupuestarias. Casi todo hijo de vecino se está rompiendo los cascos con las respuestas improvisadas por parte de Obama a Egipto, Libia y ahora Siria, aferrándose a la todavía esquiva Doctrina Obama.
Buscando un formato para entender al enigmático presidente, consulto a tres destacados académicos de los terrenos de la psicología y el comportamiento. Con su ayuda, tumbo a Obama en el diván y salgo con un diagnóstico razonablemente coherente: el pobre lleva demasiadas cosas en la cabeza.
«Lo que distingue a Obama sobre todo es la profundidad y la atención de su razonamiento, lo que le hace de alguna manera inadecuado para la política», dice Jonathan Haidt, catedrático de psicología social de la Universidad de Virginia. «Es un analista político y social brillante, lo que le dificulta lanzar un órdago o marcarse un farol».
Los puntos fuertes y las debilidades de Obama proceden de su alto grado de «complejidad integradora» — su capacidad de tener presentes simultáneamente múltiples variables y renuncias. El pensador integradoramente simple — pongamos George W. Bush – tiene un principio organizador universal que domina a todos los demás, mientras que el pensador integradoramente complejo – Obama – equilibra muchos objetivos enfrentados.
Philip Tetlock, catedrático de psicología en la Facultad Wharton de Empresariales de la Universidad de Pennsylvania, llega a la conclusión de que los políticos de centro-izquierda (donde se sitúa Obama) tienden a manifestar el grado más alto de razonamiento integrador, seguidos por los políticos de centro-derecha. Los políticos de la extrema izquierda y la extrema derecha son los más simples.
Aunque Tetlock no ha aplicado su metodología a Obama, el presidente número 44 parece ser el modelo mismo del pensador complejo. Entre las ventajas del pensador complejo, dice Tetlock, se encuentra la capacidad para ver con rapidez las concesiones recíprocas entre opciones políticas, actualizar sus opiniones tras encontrar pruebas que refutan sus ideas preconcebidas, y predecir resultados probables con precisión. Entre las desventajas: El pensador complejo puede sufrir «parálisis por análisis» y desorientación; puede ser percibido como alguien carente de escrúpulos o desleal para con los valores que le llevaron al poder; y puede ser considerado demasiado dispuesto a realizar concesiones.
Un tipo de pensador no es por fuerza mejor ni más inteligente que el otro; depende de las circunstancias. Un pensador simple como Winston Churchill, por ejemplo, fue una respuesta mejor a Adolfo Hitler que el pensador complejo Neville Chamberlain. «Los líderes han de ser lo bastante simples para que la gente se identifique», dice Tetlock, «pero lo bastante complejos para explicar a la gente que no puede tenerlo todo». Obama fue lo bastante simple durante su campaña pero, como presidente, se sumergió en sutilezas.
Mientras la capacidad de razonamiento complejo de Obama puede convertirse en un lastre, su racionalidad fría también puede llegar a serlo. La política recompensa con frecuencia el emotivo antes que lo racional. Si tu rival cree que puedes hacer algo demencial realmente — como, digamos, clausurar la actividad pública a cuenta de un pequeño conflicto presupuestario — entonces tienes más poder para marcar un farol. Pero dado que Obama es indefectiblemente racional, los rivales no tienen miedo a que haga algo imprudente.
«Si la lógica de una amenaza no tiene sentido, todavía puede funcionar si tus rivales creen que quedan en manos de una reacción emotiva que no está bajo tu control», dice Robert Frank, un economista de la Universidad de Cornell especializado en dinámica de comportamiento y emociones. «Con Obama, no se diría que existe reacción emocional más allá de su control».
En un mundo ideal, el razonamiento complejo y el pensamiento racional serían virtudes. Pero en política, estos rasgos pueden hacer que Obama parezca ambiguo, carente de escrúpulos o de personalidad. «No se debe a que carezca de brújula moral — se debe a que entiende que hay en juego un montón de fuerzas morales», dice Haidt, de la Universidad de Virginia. «Esta es la razón de que la gente se sienta frustrada con él. Cuanto más partidista se es, más ingenuo se acaba siendo».
¿Qué hace el pensador complejo? Simple: «Es importante», dice Haidt, «que el Presidente no sea racional y totalmente honesto».
Dana Milbank