lunes, noviembre 25, 2024
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Masaje con final feliz

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Había sido una mañana muy dura en el trabajo. Me dolían los hombros y estaba cansado.  Así que decidí comer algo ligero y rápido y darme un masaje en un establecimiento cercano. Llamé por teléfono y reservé hora sobre las tres y media de la tarde.

Cuando llegué a la casa de masajes, me recibió una mujer encantadora que me ofreció la posibilidad de disfrutar una gran cantidad de masajes distintos sin que yo prestara demasiada atención al hecho. Como yo sólo quería relajarme, le dije uno al azar.

La mujer me llevo a una habitación en la que había una camilla muy cómoda, bajó la luz, encendió un aparato de música entre oriental y chill out, me dijo que me desnudara y que me colocara sobre la camilla bocabajo ya que, en pocos minutos, vendría la chica que me atendería. Y así fue. Me desnudé, me tumbé sobre la camilla y al poco tiempo llegó una joven que, a modo de saludo, me puso una mano sobre una pierna y me preguntó si quería el masaje fuerte o suave. Le contesté que normal…

Como buena masajista, empezó por los pies para pasar después a las pantorrillas y a los muslos. Lo hacía muy despacio. Sus manos y sus dedos, untados en aceite, resbalaban sobre mis piernas a compás y debo reconocer que me causaban un gran placer.

En un momento dado, la masajista me separó las piernas y maniobró con una profesionalidad maravillosa por el interior de los muslos. No sé si llegó a tocar mis testículos o no. Y si los tocó no me di cuenta. El placer lo inundaba todo y todo me daba igual. Después subió por mi trasero y, de una manera imperceptible, pasó las manos entre mis cachas y me rozó el ano haciéndome sentir un placer extraño. A continuación siguió por la zona lumbar hasta llegar a los hombros, el cuello y los brazos.

Creo que, en algún momento, me dormí. No lo sé. Cuando terminó, me tapó con un gran pañuelo de seda y comenzó a deslizarlo lentísimamente sobre mi cuerpo. El deslizamiento del pañuelo sobre mis pies, sobre mis pantorrillas, sobre mis muslos, sobre mi culo, sobre mi espalda y sobre mis hombros hizo que levitase de puro placer.

Pero cuando pensé que había terminado el masaje, untó de nuevo sus manos de aceite, volvió sobre mis nalgas, las abrió y empezó a masajearme el ano. Yo hice un gesto de incomodidad pero ella se acercó a mi oído y me dijo: no te sientas incómodo y disfruta. Esto le gusta a todos los hombres, aunque no lo digan. Y me dejé llevar. Al poco tiempo, empezó a alternar aquel suave masaje entre mi ano y mis testículos. La erección que sentí fue brutal. Entonces, me dijo que me diera la vuelta y me pusiese bocarriba. Cuando lo hice, ella hizo como que no veía mi pene soberbio y se puso a masajearme otra vez la parte interna de mis muslos. Lo hacía con tal precisión que apenas rozaba mi sexo lo que hacía que me encendiese aún más. Unos minutos después, cogió mi glande entre sus manos y lo masajeó dulcemente con los dedos hasta que me vertí.

Después me limpió, me tapó con una toalla y me dijo que descansase unos minutos. Yo cerré los ojos y pensé que aquello, seguramente, era el paraíso.

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