lunes, noviembre 25, 2024
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La lección de Lorca

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Las gentes del Sureste estamos acostumbrados  a que el suelo se mueva de vez en cuando. Oscilan las lámparas, se caen los manises (pequeñas tazas y otras piezas del ajuar doméstico) del aparador y algún cuadro queda ligeramente torcido. Generalmente, poca cosa. En mi casa de Almería, construida en 1868, se sentía de tarde en tarde la mínima trepidación telúrica, que afortunadamente no pasaba de las dudas entre quienes la habían notado y quienes ni se enteraban. Pero ocurren esos leves movimientos sísmicos con cierta frecuencia.

He recordado estas vivencias infantiles al comprobar que, desgraciadamente, esta vez en Lorca no ha sido la anécdota que tengo en la memoria, sino un terremoto con consecuencias graves, sobre todo en lo que se refiere a la pérdida de vidas humanas. Y me aflora un profundo sentimiento de solidaridad porque murcianos y almerienses estamos unidos por la geografía y por la sangre. Mi segundo apellido, Alemán, procede de Algezares, pedanía de la ciudad de Murcia. Y tengo en los sabores de la cocina huertana mi particular magdalena de Proust.

Lorca ha dado una lección de civismo y comportamiento responsable ante la adversidad. Pasados los primeros instantes de desconcierto y confusión, la población lorquina ha hecho gala de comprensión y paciencia. La diligencia de los dispositivos de socorro activados por la Región de Murcia y por el Estado, con especial mención de la Unidad Militar de Emergencias (UME), merecen el elogio y el agradecimiento  general. España ha demostrado ser un país maduro  donde los servicios de protección civil funcionan, y funcionan bien, y en el que la gente, aun presa del dolor, acepta con disciplina las recomendaciones de las autoridades en evitación de males mayores.

El ejemplo toca también a la clase política. El acuerdo de Zapatero y Rajoy de suspender los actos de campaña electoral del miércoles 11, día del terremoto, y las concentraciones en silencio ante los Ayuntamientos de numerosas ciudades, constituyen un modelo de respeto hacia los fallecidos y a todo la ciudad de Lorca que vive, a buen seguro, uno de los peores momentos de su historia. La unión de todos, aparcando por unos días, el ruido del debate político, es asimismo digno de mencionar en esta lección que nos ha dado Lorca.

Tampoco olvidaremos la excepcional cobertura de TVE, desde la caída a plomo de la espadaña de la iglesia de San Diego, campana incluida, cuyas imágenes han dado la vuelta al mundo, hasta el funeral presidido por los Príncipes de Asturias en el recinto ferial de Santa Quiteria. Por mucho que se empeñen desde determinados sectores de la izquierda, en la tradición y cultura españolas el funeral religioso es insustituible, y en este caso ha estado rodeado del recogimiento y de la contenida emoción del numeroso público que llenaba el amplio hangar.  Lástima que nadie de la organización litúrgica recordase al genial guitarrista lorquino Narciso Yepes. Alguna de sus grabaciones de las Sonatas del padre Soler hubiera servido de maravillosa envoltura musical al oficio religioso.

Francisco Giménez-Alemán

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