Allá por los tiempos de la revolución de 1994, Newt Gingrich y su experto en encuestas pusieron en circulación una lista de palabras que los candidatos Republicanos debían de utilizar para minar el apoyo a los Demócratas, incluyendo instrucciones de llamar a los miembros de la oposición «radicales» y pregonar que quieren «imponer» su voluntad.
De forma que despertó una mezcla de intriga y nostalgia contemplar a Gingrich utilizando estas mismas palabras el pasado domingo en «Meet the Press», contra sus colegas Republicanos.
«No me parece que imponer el cambio radical desde la derecha o la izquierda sea una forma muy buena de funcionar para una sociedad libre», decía al presentador David Gregory, criticando los planes de los legisladores Republicanos de reemplazar el programa Medicare de la tercera edad con un sistema de cartillas. Momentos más tarde, añadía: «Estoy en contra del Obamacare, que consiste en imponer el cambio radical, y estaría en contra de un conservador que impusiera el cambio radical».
Era Gingrich vintage, impulsivo e indisciplinado, y arruinó casi del todo su recién iniciada campaña presidencial. Los legisladores Republicanos aullaron, Rush Limbaugh dijo que «no tiene excusa» y el Wall Street Journal editorializaba diciendo que Gingrich «juega de pronto a tres bandas contra la Cámara Republicana de la que fue presidente hace tiempo».
Pero Gingrich adoptaba básicamente la misma postura a tenor del programa Medicare que adoptó hace 16 años, cuando, siendo presidente de la Cámara, era el general en jefe de la revolución de los Republicanos. Lo que ha cambiado desde entonces no es Gingrich, sino el Partido Republicano, y el enfoque del Medicare es un buen ejemplo.
En comparación con el programa Republicano actual, la revolución de 1994 parece ser el periodo de gloria de la moderación y el buen juicio. Por entonces, había cierta esperanza de que el programa público de la tercera edad Medicare «se marchitara solo» cuando se ofrecieran alternativas a los afiliados. Ahora el plan es extirpar todo el programa de raíz.
En su infame intervención sobre Medicare en 1995, Gingrich expresaba la esperanza en que «la burocracia centralizada» del Medicare «se marchite sola porque creemos que la gente lo abandonará de forma voluntaria. Voluntariamente».
Eso es casi lo mismo que dijo a Gregory el domingo al afirmar que los planes del secretario del Comité Presupuestario de la Cámara Paul Ryan de obligar a la gente a un Medicare de copago es «un cambio demasiado radical. Me parece que lo que queremos tener es un sistema del que la gente se marche de forma voluntaria en busca de resultados mejores».
Ryan, descontento por la crítica de Gingrich a su plan «radical», participaba en el programa radiofónico de Laura Ingraham y bromeaba: «Con aliados así, ¿quién necesita a la izquierda?»
En realidad usted, congresista. Tenga la opinión de Gingrich que quiera, su análisis político de esta cuestión es inteligente. Ha aprendido, con el tiempo y a un gran coste, que la legislación importante fracasa si es impuesta por una parte a la otra. Incluso si la legislación es tramitada, como la reforma sanitaria del año pasado, el apoyo de la opinión pública se verá gravemente perjudicado si los agentes de opinión de las dos partes no le dan el visto bueno. Los Republicanos comprendieron esto al criticar a los Demócratas por extralimitarse, pero ahora tratan precisamente de hacer lo mismo con los presupuestos de Ryan.
Gingrich, con toda su petulancia y su partidismo, se convirtió por fin en un negociador, levantando el consenso que condujo al acuerdo de equilibrio presupuestario de 1997. A título particular, ha seguido buscando denominadores comunes en torno a la reforma sanitaria. «He dedicado el tiempo suficiente de mi vida a luchar», decía durante una comparecencia conjunta con Hillary Clinton en el año 2005. «Estaría bien destinar algún tiempo a construir».
Ryan proviene de una mentalidad parecida. Trabajó con Alice Rivlin, que había sido responsable presupuestario de Bill Clinton, para desarrollar una reforma de Medicare que daría alternativas pero dejando como opción por defecto un sistema de copago del Medicare. Aunque fue el voto particular en la comisión de disciplina fiscal Erskine Bowles-Alan Simpson, Ryan elogiaba el enfoque del grupo consistente en mezclar recortes del gasto público y subidas tributarias. Los Demócratas que se reunieron en privado con él tenían la esperanza de que el secretario entrante de la comisión alcanzara un consenso.
En diciembre, Ryan elogiaba a los Demócratas Bowles y Rivlin por ser «seres humanos maravillosos», y decía: «Espero que haya más gente así, capaz de formar una coalición en este país para arreglar los problemas».
Pero una vez en el poder, descartaba el enfoque Bowles-Simpson en favor de un plan que sólo incluye recortes del gasto sin subidas tributarias. Y prescindía de su socio Rivlin, proponiendo una reforma del programa con un crecimiento inferior al que habían convenido y que no mantiene como opción por defecto el sistema de copago.
De esa forma Ryan cambiaba la aprobación de Rivlin por el afecto de Limbaugh. En el ínterin, rompía el consenso emergente para solucionar los problemas de los que dice preocuparse. Eso es simplemente radical incluso según los estándares revolucionarios del 94.
Dana Milbank